La despedida

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Después de que pasáramos la cena de navidad cada uno con su familia, Tomi me pasó a buscar por lo de mis padrinos para ir a juntarnos con los chicos en la casa de los mellizos. Lo que yo pensé que iba a ser una juntada tranquila todos juntos en realidad era la fiesta de despedida que me habían organizado. Nos quedamos todos en el patio tomando alcohol, bailando, riendo, recordando anécdotas , sacándonos fotos y jugando juegos con prendas que incluían tomar más alcohol hasta pasado el amanecer. Cuando quisimos darnos cuenta ya eran como las nueve de la mañana y estábamos todos en un estado de borrachera tal que nos fuimos quedando dormidos en el pasto y almorzamos todos juntos las sobras de la cena de la familia de Cami y Alan antes de volver a nuestras casas.

Al día siguiente muy temprano salimos en caravana hacia la costa con mis padres en un auto y la familia de mi novio en otro con Coco, el perro al que Tomi finalmente le tomó cariño. Gustavo y mis papás nos habían sorprendido con la noticia de que habían alquilado una casa en San Bernardo para que pasemos todos juntos una semana de vacaciones y recibamos el nuevo año en la playa.

Durante ese tiempo no tuvimos una rutina, aunque hacíamos casi lo mismo a diario. Cada uno se levantaba cuando quería, desayunaba y en cuanto se armara un grupito con ganas de ir a la playa, se iba con Coco y el resto se les unía en el transcurso de la mañana. Por lo general Tomi y yo llegábamos al parador alrededor de las once o doce del mediodía porque yo insistía en dormir un rato más cuando la casa se quedaba en silencio, aunque eso casi siempre derivaba en sexo aprovechando que estábamos solos. Almorzábamos en la sombra de nuestra carpa, generalmente sanguchitos o algo rápido que compran los adultos como para zafar, y después la tarde se pasaba entre metidas al mar, juegos de mesa o físicos en la arena, corridas con Coco, mates y churros.

En cuanto el sol se iba, los adultos con Sofi volvían a la casa para bañarse y prepararse para el plan de esa noche mientras que nosotros dos nos poníamos un buzo (yo siempre le robaba uno a Tomi porque amaba usar los suyos que me quedaban enorme) y caminábamos por la orilla del mar, mojándonos los pies y charlando.

—Estos son mis momentos favoritos. —Dije cada tarde, abrazándome a su brazo, y el me respondía siempre con un apretón en la mano que tenía entrelazada con la suya.

Todas las noches fueron diferentes mientras estuvimos en San Bernardo. En una oportunidad mi papá hizo un asado para todos en la casa, otra vez fuimos a comer a una pizzería y después a los fichines donde Sofi disfrutó un montón y Tomás y yo competimos en cada juego que pudimos. Hubo una noche en que mi novio nos prohibió entrar a la cocina y nos sorprendió con unos sorrentinos caseros de calabaza y queso con una salsa de crema y champiñones y después un cheescake de postre. Otra noche nos arreglamos para ir a cenar a un restaurante, otra vez mi mamá hizo sus famosas milanesas con puré y hubo una noche que cenamos una picada mientras disputábamos un campeonato de tutti-frutti.

El 31 de diciembre volvimos todos temprano de la playa para prepararnos para la celebración de la noche. Yo me puse un vestido ajustado de tirantes lentejuelas color oro rosa con un escote drapeado. Me até el pelo en un rodete prolijo para que se aprecie mi espalda al descubierto y me delineé los ojos de negro para darles protagonismo. Los tres hombres sin haberse puesto de acuerdo se vistieron con una bermuda de jean y una camisa blanca, Sofi un vestido blanco también y mi mamá un palazzo blanco con una blusa coral.

Preparamos la mesa de la galería del jardín con un mantel blanco y decoraciones doradas para cenar las preparaciones frías que habíamos dejado listas el día anterior. Cuando se hicieron las once y media de la noche, agarramos la conservadora en la que habíamos puesto hielo, las copas y el champagne para el brindis y caminamos las dos cuadras que nos separaban de la playa con Coco tirando de la correa para llegar al mar, que se había vuelto su lugar favorito.

En la playa ya había varios grupos de familias y de amigos que estaban en el mismo plan que nosotros. Nos juntamos con nuestros vecinos de carpa del balneario, que tenían tres hijos chiquitos que jugaron todos esos días con Sofía, y así esperamos el cambio de año mientras mi papá servía nuestras copas de champagne.

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—¡FELIZ AÑO NUEVO! —Gritamos todos.

Inmediatamente Tomi y yo nos volvimos hacia al otro para besarnos, él abrazándome por la cintura con el brazo que no tenía la copa y yo con mis brazos colgando en sus hombros, sosteniendo la mía detrás suyo.

—Te amo. —Me dijo separándose de mi boca lo suficiente como para poder hablar.

Apoyé mi frente en la suya y sonreí sin dejar de mirarlo a los ojos.

—Que este año sea mejor que el que se fue y que nos encuentre juntos acá o en la parte del mundo que sea. —Chocamos las copas instintivamente, todavía concentrados en el otro.— Te amo.

Nos dimos otro besito y nos separamos para saludar al resto de la familia. A mí me agarró mi papá, que me reprochó riendo que mi primer saludo no haya sido con él sino con mi novio, y después mi mamá, seguida por Gustavo y Sofi.

Para la una de la mañana, Sofía estaba dormida en brazos de su papá y Coco estaba acostado en la arena, ya calmado después de los fuegos artificiales. Ellos decidieron volver a la casa para acostar a la enana y supongo que quedarse un rato más charlando entre ellos mientras comían las cosas dulces del brindis que habían quedado allá.

Nosotros decidimos quedarnos un rato más en la playa porque un grupo de pibes y pibas habían puesto música en un parlante cerca nuestro y nos invitaron a su pseudo fiesta. Hicimos sociales y pasamos un rato largo bailando. Ninguno de los dos lo dijo y tratamos de no pensar en eso, pero en el fondo de nuestra mente estaba constantemente la idea de que eran nuestras últimas horas juntos. En menos de veinte horas volveríamos a la ciudad y al día siguiente yo me subiría al avión para irme a más de ocho mil kilómetros de él.

—Quisiera quedarme en este momento para siempre. —Dijo Tomi rompiendo el silencio que había entre nosotros.

Estábamos sentados en la arena, mirando hacia el mar que empezaba a reflejar los tonos del amanecer. Recosté la cabeza en su hombro y me rodeó con su brazo. Todavía a lo lejos se escuchaba la música de la fiesta improvisada pero estábamos en nuestro mundo.

—Quiero que seas feliz. —Confundido por mi comentario, se alejó de mí y nos acomodamos frente al otro.— Yo sé que no es fácil lo que te pasó y que no va a ser fácil para vos estos meses que vamos a estar alejados, pero por favor no dejes que el dolor te consuma. —Asintió desviando la mirada. Le tomé la cara para que vuelva a mirarme a mí.— Sos la persona más buena y fuerte que conozco, ya te sacaron demasiado como para que les permitas sacarte más de vos.

—Lo voy a intentar, Lele. Te lo prometo. —Sonreí y le acaricié la mejilla.— Nunca me va a alcanzar la vida para agradecer todo lo que hiciste por mí este año.

—No lo hice por lástima. —Le aclaré.— Te amo tanto que si pudiera absorbería todo tu dolor y te pondría en una cajita de cristal para que nada ni nadie te pueda lastimar.

En vez de ir a la playa con los demás, la tarde anterior a irnos nos fuimos al centro de San Bernardo para hacer una última locura juntos. Los dos nos tatuamos la rosa encantada de la Bella y la Bestia, él la cara interna del bicep izquierdo y yo arriba del codo derecho.


FIN

El poder de un besoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora