Cita

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Con Malena teníamos una regla: los viernes son para nosotros, lo sábados para salir con amigos y los domingos para pasarlos con la familia. Como pasábamos todas las tardes juntos y la mayoría de las noches de la semana también, cada viernes teníamos una cita. Algunas veces íbamos al cine, otras a comer y otras improvisábamos algún otro plan. Ojo, no éramos tan estrictos. Si un fin de semana no podíamos hacerlo porque teníamos algún cumpleaños o algo especial que involucrara más gente, nos tomábamos algún momento del sábado o del domingo para nosotros.

Aprovechando que esta noche los padres de Malena tenían una cena con los compañeros de trabajo de Mariano y nos quedaba la casa sola, opté por invadir el espacio y cocinar para mi novia.

—De verdad no puedo creer que estés haciendo esto. —Exclamó con un dejo de emoción sentada en la barra del desayuno.

—Amo que te emociones tanto porque esté cocinando, qué fácil es hacerte feliz. —Reí revolviendo la salsa que estaba terminando de calentar.

—Y yo amo como te queda el delantal de cocina. —Pude sentir la picardía en su voz incluso antes de que vuelva a hablar, por lo que no me tomó por sorpresa su próximo comentario.— Sería mucho más hot si no tuvieras el jean y la remera. —Solté una risa, aún dándole la espalda, y luego me giré para guiñarle el ojo.

—Algún día no muy lejano prometo que te voy a cumplir la fantasía. —Dije mientras revisaba cómo iba la comida que había metido en el horno hacía treinta y cinco minutos.

—¿Por qué no ahora? —Ante el tono sensual que empleó no tuve más opción que volver a voltearme para mirarla con una sonrisa.

—Porque no quiero que se me queme la cena. —Expliqué sencillamente, encogiéndome de hombros.— Si queres podes ir a la mesa, yo ahora sirvo los platos y los llevo.

Aunque sonó como una sugerencia, era una indicación. Cuando llegué al living la vi sentada sobre un almohadón en el piso con las piernas para el costado, de frente a la mesa ratona donde estaban puestos los dos manteles individuales, los cubiertos, los vasos y la botella de coca cola. No tengo una justificación para argumentar porqué habíamos decidido comer de ese modo teniendo unas cuantas mesas convencionales a disposición. Simplemente nos pareció divertido. Acomodé los dos platos sobre la mesa y la vi sonreír al inspirar el aroma de la comida.

—Huele muy bien.

—Probalo, vas a ver que sabe más que muy bien. —Respondí agrandado, sentándome al lado suyo.

Hice un leve asentimiento con la cabeza y ella pinchó un pedazo del pollo al verdeo, le agregó más salsa de verdeo de la que le había chorreado por el plato y se lo llevó a la boca. Cerró los ojos en cuanto sintió el sabor y dejó escapar un "mmm" muy sutil inclinando la cabeza hacia atrás. Sonreí complacido. No dijo nada y probó una de las papas al horno. Sentí el ruidito de la costra crujiente cuando la masticó y una sonrisa se dibujó en su rostro mientras terminaba de tragar.

—¿Te querés casar conmigo? —Fue lo primero que dijo, haciéndome reír.

—No porque sólo me queres usar como tu chef personal. —Protesté y fue ella quien rió mientras yo comenzaba a comer.

—Esto está increíble, boludo. ¿Posta querés estudiar marketing? Deberías ser chef.

Nos pasamos el resto de la comida charlando sobre distintas cosas y debatiendo ideas, como por ejemplo esa de ser chef y tener un restaurant. Habíamos decidido no prender la televisión para poder estar juntos sin distraernos con cosas externas, así que lo único que se escuchaba además de nuestras voces era la música que sonaba de fondo.

El poder de un besoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora