Suegro

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—¿Estás seguro que dijeron de ir a cenar hoy? —Me preguntó papá cuando llegó a casa con Sofi y le comenté de la invitación de Marcela.

—¿Me estás jodiendo? —Reí.— Sí.

—¿Vamos a ir a lo de Male? —Se entusiasmó mi hermana y asentí.— ¡Qué bueno! Entonces le voy a llevar el dibujo que hice hoy para ella.

—¿Le hiciste un dibujo?

—Sí, para que se cure así podemos jugar de nuevo.

Después de esa pequeña charla, yo me fui a mi habitación y papá a bañar a Sofía para esta noche. Me tiré en mi cama y dejé escapar un suspiro. Estaba cansado y ni siquiera había terminado el día. Esta vez ir a comer a la casa de los Velasco no era un plan tan simple como solía ser. Y, mierda, estaba nervioso. Como si no hubiese sido suficiente con lo que pasó esta tarde con Malena, ahora tenía que ir a presentarme a la casa de Mariano como el novio de su hija. Su única hija. ¿Se entiende mi punto, no?

—Apa, ¿va de elegante la cosa? —Se burló papá cuando me vio aparecer en el living listo para irnos pasadas las ocho de la noche. Lo comprendía porque por lo general era un chico de buzos y hoy opté por un suéter. Obvio que él no sabía el verdadero motivo de la reunión, así que me encogí de hombros.— ¡SOFI! —Gritó para ella viniera y poder irnos.

Caminamos las tres cuadras que separaban las dos casas y durante el trayecto mi hermana señaló que estaba callado. Malena tenía razón cuando me dijo que era un pésimo actor porque intenté mostrarme normal y fallé considerablemente.

Marcela nos abrió con su simpatía de siempre y a mí me dedicó una sonrisa cómplice que intenté devolverle.

—¿Cómo andan? Que bueno que vinieron.

—Bien, creí que Tomás se equivocó cuando dijo que nos invitaste a comer.

—¿Por qué no le creías? Pobre Tomi. —Me defendió.

—¿Malena no está enferma?

—Ya está bien. —Aseguró y me miró.— ¿Vos todo bien? Tanto tiempo. —Ironizó y reí porque me había visto unas horas antes.

—¿Y Male? —Preguntó Sofi ansiosa.— Quiero darle mi dibujo.

—¡MALE! —Gritó su mamá.— ¡LLEGARON!

—AHORA BAJO. —Le respondió de la misma forma mientras nosotros nos sacábamos las camperas.

Los pasos rápidos en las escaleras nos avisaron de su presencia, así que todos miramos en esa dirección. Cuando nos vio, se quedó parada en el ante último escalón.

—¿Es joda? —Rió y al observarla me uní a su risa.— ¡TOMÁS! —Protestó.

—¿Por qué se vistieron igual? —Cuestionó Sofía, confundida.

Créanlo o no, habíamos elegido ponernos lo mismo sin saberlo: jean claro, zapatillas negras y suéter bordó.

Marcela soltó una carcajada y estuvo a punto de hacer un comentario que finalmente decidió callarse, por suerte.

—¿Cómo te sentís? —Le preguntó papá al saludarla.

—Bien, Gus. Lamento haberte complicado la vida por no ir hoy. —Se disculpó y él rodó los ojos.

—Male, te hice un dibujo para que te cures. —Llamó su atención mi hermana, así que ella se agachó para quedar a su altura y abrazarla a modo de saludo antes de recibir el regalo.

—A ver... —Comentó al agarrar la hoja doblada que le entregó.

Fui al único que no se acercó a saludar.

El poder de un besoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora