Final

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Regresar al penthouse de Sasuke fue difícil los primeros días. Sobre todo porque cada que miraba el vestíbulo no podía evitar que las imágenes se agolparan en mi cabeza una tras otra. Boruto inconsciente, Hikari amordazada y el cuerpo de Kohana rodeada de sangre.

No era bueno para mis hormonas enloquecidas y mis nervios disparados que me provocaban una sensibilidad de niveles estratosféricos.

Fue una fortuna que en menos de dos meses Sasuke me diera la sorpresa de nuestra mudanza. La nueva residencia Uchiha estaba lista para recibirnos a mi enorme barriga y a mi.

Así que ahora puedo darme el lujo de permanecer sentada en la mecedora sobre la pequeña terraza con vista a nuestro jardín por lo menos un par de horas en compañía de Hikari. Recuerdo lo emocionada que se sintió cuando me vio llegar a casa después del incidente de Takumi y brincó de alegría al enterarse que dos pequeños bebés vendrían en camino y no sólo uno.

No pude asistir a la premier de mi propia película debido al cansancio. Mantenerme en pie por una hora seguida era toda una odisea con mi panza a punto de explotar. Fue hace un par de días y sólo pude observar la alfombra roja por televisión. Había hablado con Sora bastante seguido en realidad, y él se tomó la molestia de explicar mi ausencia ante la prensa. Lo cual agradecía enormemente.

Estar en esta casa, lo suficientemente alejada de la ciudad, era maravilloso. Todo estaba lleno de tranquilidad por aquí, por lo menos hasta que Naruto y  Hinata se mudaron para que pudiésemos pasar los últimos meses de embarazo juntas. Teníamos dos meses de diferencia, por lo que el vientre de Hinata estaba considerablemente más pequeño que el mío.

Después de su boda, se dieron la oportunidad de viajar en familia por toda Europa durante un mes entero, y cuando por fin regresaron a Konoha encontraron una bonita casa a sólo unos minutos de la nuestra. Sin embargo, mis limitados movimientos no me permitían salir de la casa muy seguido y esa era la razón por la que ellos se mudaran por lo menos un par de meses, para que pudiésemos acompañarnos mientras Naruto y Sasuke estaban en el trabajo.

Con treinta y tres semanas de embarazo, mis pies se hinchaban con frecuencia y me costaba trabajo sentarme en cualquier lado. Encontrar una posición cómoda para dormir era casi imposible y ni siquiera podía observar mis zapatos al estar de pie.

Y aún con todo eso, disfruto cada segundo de tener a mis dos hijos creciendo dentro de mi. Lo divertido que era ver a Sasuke hacer malabares para consentir mis antojos durante la madrugada y la calidez en mi corazón cuando hablaba con ellos por las noches.

Él dudaba que sería buen padre. Pero yo sabía que no habría mundo en el que eso fuera posible. Ni siquiera habían nacido todavía, pero ya se había ocupado de buscar todo lo que necesitarían.

Se esforzó por pintar la habitación de los bebés por sí mismo y ayudarme a escoger los muebles, las cunas y el color de la ropita.

Los pequeños golpecitos en mi vientre me sacan de mi ensoñación. Ése debe ser el inquieto Sanosuke molestando a su pequeña hermana Sarada.

O quizá sea sólo que están emocionados por la llegada de papá a casa. Se vuelven locos justo a esta hora, que es en la que Sasuke llega a casa.

—¿Pensando en mi? —dice una voz ronca desde el umbral de la puerta.

Levanto la vista y lo encuentro ahí, con una sonrisa radiante y vestido con un traje negro impecable. Él se acerca a la cama, toma mi rostro entre sus manos y planta un beso en mis labios.

—Como siempre. —le digo guiñándole un ojo.

—¿Te han dado mucha lata?

—No mucha, sólo hasta ahora. —respondo haciendo un puchero— Parece que sienten la hora en la que llega papá. Están locos por ti.

Una pelea contra el amor.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora