El tiempo avanzaba su curso, lo que antes fueron días de risas y conversaciones, se transformaron en semanas de abrazos y besos robados en la oscuridad de mi habitación (volví a casa de mis padres, pero mamá ya no estaba). Las semanas se convirtieron en meses llenos de felicidad y tranquilidad para ambos, en superación y dolor cuando recordábamos el pasado.
Aquel viaje que debía suceder no ocurrió.
Erick sigue en mi vida y yo en la suya.
No somos amigos.
No somos novios.
Simplemente somos dos almas necesitadas de amor y al mismo tiempo solidarias en otorgarlo a quien lo requiera. Somos dos almas que aman con acciones y no con etiquetas.
Simplemente somos él y yo.
—Mañana iremos al tribunal. Tú... ¿Te gustaría venir? —pregunta en voz baja mientras se acurruca debajo de la manta, cubriéndose hasta la cabeza para que no vea siquiera uno de sus cabellos—. Si no quieres, estaré bien de todas formas. Ya no puede dañarme. Creo.
Dejo los libros sobre el escritorio junto al celular y botella de agua. Camino pausadamente hasta su cama —añado que he venido a verlo para ir a la plaza, sin embargo, su estado de ánimos se encontraba por el subsuelo y ahora comprendo la razón—, no retiro la manta porque él se ha aferrado a ella así que me limitó a sentarme del otro lado, pero centrando mi atención en Erick.
—Sabes que cuentas conmigo, aun así, agradezco que lo preguntes. Pero ¿te molestaría hacer la misma pregunta viéndome a los ojos? Es difícil hablar con Erick bajo esa tela que obstruye sus lindas esmeraldas.
Tímido igual a un niño que deja su escondite favorito para conocer el mundo exterior, los ojitos de Erick se asoman con lentitud hasta que conectan con los míos. Apenas deja notar su nariz en primera estancia, conforme pasan los segundos y el silencio se vuelve más cómodo, decide tomar asiento en la cama. Mantiene sus piernas encogidas, las manos rodean su cuerpo, pero su mirada no se aparta. Aunque esté vulnerable y frágil, demuestra audacia.
—No sé cómo va a resultar todo, pero quisiera que tú vengas, incluso tu padre si está dispuesto. Ustedes... Ustedes se han vuelto una familia para mí y se los agradezco. Y-Yo —poco a poco sus ojos se humedecen, no obstante, las lágrimas quedan estancadas en ellos—, yo sé que debía actuar desde antes, pero tenía tanto miedo, sentía que no era correcto lo que iba a hacer, creí que sí seguía permitiendo el maltrato y accedía a lo que él me pedía, se cansaría, me dejaría en paz. No fue así. En el corto tiempo que llevo con la psicóloga me hizo ver que el problema no era yo. Sí, probablemente mi intervención fue tardía y si tú no aparecías en el momento justo yo estaría muerto o a punto de estarlo. Ni siquiera entiendo la razón de haberme refugiado en él, porque... ¿Amor? Jamás sentí amor, era miedo, dependencia. Estaba jugando conmigo de la peor manera. Y yo lo permitía. Permitía que me tocara, que me golpeara, que me...
De pronto rompió en llanto.
—Vas a superarlo —le aseguro.
—Dios, Joel. Él me manipuló para que yo actuara como un robot —sigue contando, su voz sale entrecortada y por segundos se detiene cuando un sollozo daña su garganta, aprieta la tela de su camiseta al mismo tiempo que tensa su mandíbula—. Cada vez que nos veíamos era lo mismo. Los gritos, los golpes, los abusos físicos. Siempre. Siempre. Siempre lo mismo. ¿Por qué permitimos que nos dañen y manejen a su antojo?
Iba a responder. Juro que iba a hacerlo. Pero no tenía una idea concreta para redimir. Yo tampoco lo entendía.
¿Por qué nos entregamos al sufrimiento y no a la libertad?
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Simplemente agradecer por el apoyo que aun continúan dando a "Sonrisas Falsas". Ya mismo termina, porque no tengo ganas de aplazarla a más y viene siendo hora de dar un cierre definitivo.
Muchos besos.
Cuidense.