Apenas pude hablarle a papá porque sentía una sensación horrible, un amargo sabor se podía percibir en mis papilas gustativas, mi estómago se había encogido al punto de querer vomitar todo el rato a pesar de estar vacío.
Todo el trayecto hacia el hospital la pasé inquieto, mordisqueando mis uñas y sollozando por lo bajo, a pesar de que cubría mi boca con ambas manos era inútil.
Jamás me había puesto así por algo o mejor dicho por alguien, lo más mínimo e insignificante se triplicaba y me cuestionaba el por qué.
¿Por qué Erick y no otra persona?
¿Por qué él y no yo?
¿Por qué?
Como siempre, mis preguntas se quedan flotando dentro de mi cabeza, son millones de dudan que no tienen ni tendrán respuesta alguna.
—Todo estará bien, hijo —papá intentó tranquilizarme.
Quería creerle, realmente necesitaba hacerlo porque la angustia iba drenando de a pocos mi cordura. Pero, aunque tratase no podía. Y dolía, estaba sufriendo por un chico que no merece cosas malas.
Estaba sufriendo por Erick.
Sufría porque sin pensarlo comencé a sentir algo más que curiosidad, una necesidad de querer estar con él y protegerlo de todos.
Y la mejor parte es que mi corazón sí lo acepta y quiere pertenecerle.
Quiero ser parte de Erick y que él sea parte de mí.
Sigo entre los brazos de su tía que llora desconsoladamente sobre mi hombro, devolviéndome a la realidad, una existencia en la que los deseos no siempre se llegan a cumplir.
Porque los deseos solo son eso: deseos del alma.
Aspiraciones y profundas ambiciones de un espíritu que nunca muere, que aun en la inconciencia van a perdurar sin darse a conocer y sin haberlos cumplido.
He mordido mi lengua en varias ocasiones para no derrumbarme y mostrar una valentía que no tengo, pero que trato de forjar para no sentirme más vulnerable. Sin embargo, cuando el doctor llega y nos indica que solamente una persona puede ingresar a verlo, sé que no soy fuerte.
Soy débil.
—¿Q-Quieres ir tú, cielo?
Miro a papá y luego a Celia, repito la misma acción por varios segundos sin saber qué decir exactamente.
—Y-Yo... no sé.
Claro que quiero verlo, abrazar su cuerpo y hacerle infinitas promesas en las cuales sepa que voy a cuidarlo. Pero ella es su única familia y no puedo ser egoísta.
—Será mejor que vaya usted primero —murmuro.
Los minutos pasan muy lento, ya he terminado con la segunda botella de agua y mis ansias por estar cerca de él solamente aumentan cuantiosamente.
Hasta llego a creer que papá está a nada de encintar mi cuerpo sobre los asientos porque camino de un lado a otro, pensando en lo sucedido. Si había denunciado a su novio, ¿entonces por qué no lo encerraron? ¿Esperan que Erick sea encontrado muerto? De solo cuestionar un escalofrío me recorre de pies a cabeza.
Cuando la señora Celia regresa, se limita a sostener mi mano y llevarme a la habitación donde se encuentra su sobrino.
—Si necesita algo, no dudes en avisar —informa con voz melancólica, dejando que las lágrimas humedezcan su rostro.
Me quedo solo, tocando la manija sin atreverme a girarla para abrir la puerta.
Tal vez tengo miedo de ver cómo está Erick. Su tía no me quiso informar nada, apenas pregunté por él se tiró a mis brazos y lloró.
Respiro hondo.
Ingreso en silencio.
—¿J-Joel?
▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃
***
Admitir de manera lenta algo que jamás pensamos sentir, es otro gran paso.
Besos.