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—Volviste —susurro con emoción, tirando la mochila en el sofá y abrazando a mi padre—. Te extrañé mucho.

Suelto un sollozo en su pecho, refugiándome en él como cuando era pequeño y el único problema que tenía era el de pintar fuera de las líneas.

—También te extrañé, campeón —admite, su voz ronca penetra mis tímpanos y me limito a sonreír.

Caminamos hacia la cocina donde se supone está mamá preparando el almuerzo, es sábado y no trabaja. Cuando dijo que alguien me estaba buscando pensé automáticamente en Tatiana, aunque rápidamente descarté la idea porque volvimos a discutir por temas sin importancia. Jamás creí que fuera mi padre, no lo veo desde hace mucho tiempo, exactamente desde que cumplí trece años.

—¿Volverás a irte? —pregunto con curiosidad.

Él y mamá se miran por escasos segundos, y luego se dirige a mí.

—En realidad vine por ti.

—¿Qué?

Mamá carraspea incómoda, llamando la atención de los dos. Siento que me están ocultando algo, y lo peor es que no quiero descubrir qué es porque voy a terminar llorando como siempre.

—Joel, cielo. Nos vamos a divorciar —confiesa con calma, intentando tomar mi mano por encima de la mesa, pero me aparto.

—Es una broma.

Me rehúso a creerlo. Ellos no pueden separarse, somos una familia. Papá solamente se fue por temas de trabajo, no para que se alejen.

—Hijo, tú madre y yo hemos llegado a ese acuerdo, ya no sentimos el mismo amor...

No.

—¡Son unos malos padres! ¡Solo piensan en ustedes mismos, no en mí! —grito mientras las lágrimas se desbordan, poniéndome de pie y saliendo a otra prisa de casa.

Han estado juntos por veinte años, me niego a creer que se van a divorciar. ¿Será mi culpa? ¿Si yo no nacía ellos seguirían juntos? Probablemente sí. Solo soy una carga.

Pateo una lata con fuerza, aguantando mis ganas de gritar y golpear algo. Llego a la casa de mi novia porque es la única que podrá entenderme y comprender.

Golpeo la puerta por varios minutos mientras seco mi rostro, pensando en ese agrio almuerzo que tuve.

—¿Quién eres tú? —pregunto con enojo al notar un muchacho que no conozco.

Tatiana llega rápido, sonriendo nerviosa mientras me mira.

—Es mi primo, Joel.

Qué tonto soy. No debo desconfiar de ella.

—Oh, claro.

—¿Necesitas algo?

—¿Ya estamos bien?

—Supongo que sí.

Asiento torpemente, ingresando a la casa para desahogarme, queriendo que ese dolor en el pecho se vaya.

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***

El amor se acaba, pero también vuelve a florecer.

Besitos.

Sonrisas falsas || JoerickDonde viven las historias. Descúbrelo ahora