Dos días pasaron sin recibir respuesta alguna y lejos de sentirme aliviado, había angustia creciendo en mi pecho, una sensación extraña me albergaba desde que abría los ojos hasta el momento que los volvía a cerrar.
El miedo me sucumbe de pies a cabeza, manteniéndome prisionero y expectante ante el mínimo ruido que pueda escuchar por las noches.
Quiero hacerme la idea de que Erick no pudo responder mi mensaje por razones estúpidas antes que su novio invada mis pensamientos. Sinceramente prefiero incluso que me haya bloqueado después de eso, pero no que haya recibido un nuevo golpe por mi culpa.
No podría perdonarme que sufra si soy yo la causa de que su piel cada vez tenga cicatrices y horribles moratones.
—¿Ocurre algo? —alzo la mirada y visualizo a mis padres que me miran preocupados.
—Estoy bien.
Pincho los vegetales con el tenedor, pero en lugar de llevar la comida a mi boca me pongo a hacerlos de un lado a otro. Así como jugaba cundo era más pequeño y algo no me gustaba.
—¿Seguro? Desde que saliste de la escuela estás actuando muy extraño —habla papá.
¿Cómo les explico que un chico me besó y que yo lo besé después?
¿Cómo les digo que me siento confuso?
¿Cómo les hago entender que soy un problema para mí mismo?
¿Cómo les confieso que me estoy dejando llevar por ese recuerdo y cada vez se me complica conciliar el sueño porque unos ojos sin brillo me persiguen?
¿Cómo les digo que me gustó sentir los labios de Erick sobre los míos?
¿Cómo?
—No es nada, seguramente es porque extraño a mis amigos —miento, sabiendo que estuve ignorando sus mensajes y llamadas deliberadamente.
No me interesa saber de nadie. No quiero verlos nuevamente.
El único que me preocupa es Erick, solamente deseo verlo a él, aunque sea por un mísero segundo, no me interesa si admiro su tristeza desde lejos. Necesito comprobar de alguna manera que sigue aquí, persistente a pesar de lo jodida que está su vida.
Porque no me interesa si mañana yo me voy.
Solamente quiero que él se quede aquí y sea feliz.
—¿Y tu novia?
—Tatiana ya comienza a estudiar —respondo, sin dejar de juguetear con los alimentos—. No tengo hambre.
—Pero apenas comiste.
—Es que me duele el estómago.
—¿Necesitas que te llevemos al médico?
Niego.
No me acostumbro a que ambos quieran hacer algo por mí sabiendo que dentro de poco volverán a alejarse y ahora, en definitiva.
—No, buscaré alguna pastilla y seguramente así me pasa —invento una mentira más.
A este paso ya no sé cuándo digo la verdad.
—Joel, si te ocurre algo...
—¡Estoy bien! —exclamo frustrado, con los ojos empezando a humedecerse—. Estoy bien.
La pregunta que siempre me haré es: ¿Cuándo estuve verdaderamente bien?
▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃
Maratón 1/5.
5 votos y se actualiza.
A veces me resulta más fácil mentir y decir que estoy bien.
Besos.