Capítulo 20.

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Con el pasar de los días estaba más convencida de que fue una gran idea haber hecho ese viaje. La enormidad de la casa nos daba comodidad a los cuatro y que estuviera tan alejada del pueblo o cualquier otra persona te hacía sentir seguro y tranquilo en ese paraíso natural que la mayoría tenía el clima perfecto, nublado y fresco.

Entre otras cosas positivas que pasaron esos días, empezaba a llevarme mejor con Gerard y a entenderlo. Me di cuenta, que aquella apariencia despreocupada y algo egocéntrica que usó el primer día solo era un mecanismo de defensa ante las nuevas personas que se metían en su vida. Es decir, yo me metía en su vida. Porque le encantaba presumir de su fuerza o velocidad con Mikey, que él estuviera impresionado como un niño al que se le muestra un truco de magia y ver mi reacción que, aunque no quisiera, no podía ignorarlo. Con los días entendí que no buscaba convencer a su hermano de convertirse, que solo quería molestarme pero la voz en mi cabeza que repetía que tarde o temprano Mikey volvería a sacar el tema era recurrente.

Por suerte Gerard ya no presumía de las facultades de ser vampiro y teníamos momentos en que los cuatro la pasábamos juntos. Aunque el momento clave que me hizo darme cuenta que él no era una amenaza para mis planes fue cuando logró comunicarme con Frank a través de un viejo sistema de comunicación por radio, como el que se usaba en las películas de guerra. Ubicado en el ático de la casa.

Todo estaba demasiado tranquilo, fueron las palabras de Frank. La Orden no los llamó y no tenían noticias de Taylor o de Jasper a pesar de los intentos de Frank por contactarlo y buscarlo en los lugares que frecuentaban para cazar. Desde lo profundo de mi ser quería creer que todo estaba bien, que la calma era una buena señal y que por fin tendría la vida tranquila que buscaba desde hace dos años. Pero una parte de mí no dejaba de verla como la calma en el ojo del huracán. En cualquier momento algo malo pasaría y solo rogaba estar preparada para cuando ocurriera.

Por suerte tenía a Mikey para distraer mis pensamientos pesimistas y la ansiedad. Él hacía que todo estuviera bien. Solo me bastaba con buscar su mirada o tomar su mano y comprendía que cualquier cosa que nos pudiera dañar se hallaba a kilómetros de distancia.

Nuestros días de pareja, se basaban en conocer la isla y conocernos el uno al otro. Compartiendo momentos románticos, como caminatas larguísimas por la playa. Picnics en el bosque o en algún acantilado. Contemplar el atardecer desde la copa de un gran pino y no poder pasar más de quince minutos sin besarnos.

Por la noche, cuando el frío o el mal clima podrían jugarle en contra a la salud de Mikey. Mirábamos películas de todo tipo. Por lo general, acababan en largos debates sobre el significado de la trama, pero jamás en discusiones. Era nuestro trato. También mantuvimos la costumbre de leernos poesía en la cama o hablar de cualquier cosa hasta que se quedaba dormido.

Me gustaba tener esas horas en que él dormía, solo para mí. Tomar largos baños de inmersión, hablar con Bert sobre cualquier cosa y en verdad era de cualquier cosa. No entendía de dónde sacaba tanta ocurrencia para que una simple anécdota de su adolescencia se convirtiera en una charla profunda sobre nuestros sueños. Me divertía con él, había momentos en que me dolía el estómago de lo mucho que me hacía reír. A veces Gerard nos hacía compañía, pero a él casi no lo veía en las noches. Por lo general se encerraba en una cabaña que estaba en el jardín. Bert me explicó que ahí es el único lugar donde usa su don particular.

-¿Y qué hace?- le pregunté muy interesada mientras compartíamos una copa de sangre sentados en la sala.

-Es músico- levantó el dedo índice. –Y electricista- levantó el dedo medio. –e inventor- extendió otro dedo –y mecánico- siguió enumerando mentalmente hasta que sacudió la mano. –Básicamente su don se basa en entender cualquier mecanismo que tenga en frente pero le gusta focalizar en la música.

Love will kill you [Mikey Way]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora