Capítulo 24

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De todos los colores que se tornaban las luces, mis favoritas eran las azules. Me recordaban al cuarto que tenía cuando vivía con mis padres y éramos una familia unida de tres. Recuerdo cuando ayudé a mi padre a pintarlo y mi madre poniendo mala cara porque aquel no era un color femenino. Pero cuando lo vio terminado y decorado le encantó y se disculpó. Mi madre siempre fue así, había que mostrarle las cosas para que entendiera. En cambio mi padre me apoyaba en cada idea que tuviese.

Tal vez si no hubiera escuchado a mis amigas o tal vez si hubiera hablado con él sobre Jasper, esa noche antes de ir al baile. Las cosas serían distintas. Tal vez él me habría acompañado. Pero si lo pienso bien solo habría sido llevarle más comida de la que esperaba. Qué frustrante que era no encontrar otra salida a esa situación. Nunca debí hablar con él.

Pero si no hablaba con él, cómo habría conocido a Mikey. Prefiero creer que estábamos destinados, humano y vampira, vampiro y humana, ambos humanos, ambos vampiros. Fuera como fuese, nos encontraríamos. Ahora mis dudas pasaban por si nos volveríamos a encontrar. Si volvería a oír su risa, a perderme en sus palabras cuando hablaba de algo que le apasionaba y sentir que el tiempo dejaba de correr cuando me besaba.

Abrí los ojos de forma súbita antes de volver a recordar con nitidez la sonrisa de Mikey. Los abrí por culpa de esos gritos desgarradores que provenían de la habitación donde se hallaba ese tal Willz. No volví a hablar con él y mis momentos de lucidez eran cada vez más irregulares, por lo que no sabía con exactitud cuánto tiempo había pasado. Podrían haber sido un par de días como un par de semanas, todo se sentía exactamente igual luego de que pasó la luna nueva y las esposas volvieron a ambos pies y las muñecas.

Los gritos seguían sin parar, más roncos, más agudos pero siempre de una sola persona. Las luces de mi habitación se tornaron rojas de repente, esperaba que los gritos cesaran o que yo dejara de oírlos por culpa del suero pero nada de eso pasó. Quería dejar de escucharlos, eran aterrados y me recordaban una y otra vez a Frank gritando en el instante que mataron a Hayley.

Me retorcí en la cama y tiré de las cadenas de forma que llegué a taparme las orejas. Por un rato seguía escuchando los gritos, más amortiguados esta vez, hasta que finalmente volvió a reinar el silencio. Miré mi sonda con miedo creyendo que volverían a dormirme pero nada corría por ella. Sin embargo, las luces permanecían de color rojo.

Cerré los ojos intentando escuchar el menor ruido, algún paso, algún golpe. Lo que fuera que me dé una señal de lo que estaba pasando. ¿Qué le había pasado al hombre con el que hablé?

Empecé a contar los segundos hasta cansarme, en total había llegado como a los cinco minutos y medio y nada cambió dentro de la habitación. Suspiré y fue en aquel instante cuando las cerraduras de la puerta de mi habitación anunciaron que alguien entraría. La puerta se abrió, pero no fue hasta que estiré el cuello con todas mis fuerzas que tres personas se adentraron en la habitación.

Los tres llevaban las túnicas de La Orden, entraron una detrás de la otra y se detuvieron a unos metros de la cama a mi izquierda, uno al lado del otro.

-¿Qué quieren?- pregunté muerta de miedo.

La persona del medio balbuceó algo tan bajo que no llegué a entender y las personas a sus lados descubrieron sus manos antes de acercarse a la cama. Cada músculo de mi cuerpo se tensó, en cuestión de milésimas de segundo imaginé todo tipo de torturas. Uno de las personas de túnica se colocó a los pies de la cama, la otra se quedó a mi izquierda y como si estuvieran coordinados sacaron un manojo de llaves para pasar a abrir cada una de las esposas.

Rápidamente y con movimientos torpes me arrinconé contra el extremo superior de la cama abrazando mis piernas. La persona que permanecía alejada de la cama volvió a balbucear, esta vez un poco más alto. Pero estaba demasiado aturdida por el miedo como para entender. Entonces, quien me liberó las manos se puso a frente a frente con quien estaba a los pies de la cama y de nuevo, como dos marionetas que se movían exactamente igual, se clavaron una jeringa en el cuello y cayeron al suelo.

Love will kill you [Mikey Way]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora