TRILOGÍA HÁBITOS INSACIABLES. (Libro I)
Vanessa apenas empieza a separarse de la sobre protección y tabúes de su madre descubriendo así las tentaciones y emociones de la libertad. Pitt un joven empresario conocido por su arrogancia y mal temperamen...
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Vanessa
Los últimos días seguidos de los constantes enfrentamientos con Diana no me he sentido muy bien conmigo misma, puede que esté siendo una zorra, pero una con consciencia.
No dejo de aguantarme las ganas de enfrentarla abiertamente pero por ahora no terminaría ganando, o al menos eso era lo que creía hasta que taza lo puso en evidencia, los anuncios en la Internet no son una falsa después de todo.
Sus brazos me arropan llevándome contra él, sus suaves labios rozan los míos, no sé qué le pasa pero es obvio que algo le incomoda, es cierto que siempre es un idiota pero hoy más que nunca, desde que lo encontré en la oficina de Lisa lo vi en su rostro, preocupación, angustia y entre todo eso un poco de dolor, de no haberlo presenciado se me haría imposible de creer.
—¿Te gustaría ir por algo de comer?—Pregunto viéndolo.
—Creí que no querías irte conmigo.
—Es una oferta de cinco segundos, cuatro, tres—Me sonríe—Dos, uno—Se burla y me doy la vuelta saliendo de su agarre.
Me detiene sosteniéndome de la cintura llevándome de espalda contra él.
—¿A dónde quieres ir?—Inquiere con la cabeza metida entre mi cabello cercano a mi oreja.
—¿Por qué siempre eres quién pregunta eso? Te llevaré a mi lugar.
—¿Tienes un lugar?
Asiento tomando su mano y saliendo de la oficina dónde están Anna y Missael dándonos miraditas, suelto su mano al darme cuenta que los demás trabajadores también se quedan viéndonos mientras esperamos al ascensor, Pitt se acerca a mi costado volviendo a sujetarme con fuerza robandome una sonrisa.
—Diana no estaría feliz de ver esto.
Entramos al ascensor donde me lleva contra el cristal antes de cerrarse las puertas.
—Menos esto—Dice besándome y levantando una de mis piernas hasta su cadera.
—No rompas la taza, digo, ya cometió su objetivo pero aún así.
—La guardaré más tarde.
—Y también llevo falda.
—Eso ya lo sé, también sé que una cámara no te molesta.
—A mi no, tampoco al que las revisa.
Me da una sonrisa.
Me suelta volteando a ver a la cámara, se pellizca la punta de la nariz y voltea verme.
