Cinco

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Su mente era un loop que no paraba de repetir «No puede ser»

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Su mente era un loop que no paraba de repetir «No puede ser». No supo ni contabilizó cuánto tiempo se quedó observando a Emiliano, que no borraba la sonrisa de su cara. El curso entero estaba en silencio, esperando a que ella prosiguiera con su presentación. Decidió ganar tiempo consultando su lista de asistencia y ahí estaba, a la mitad, o al menos eso creía.

HERRERA, EMILIANO EMANUEL.

Era el único con ese nombre, así que descartó la posibilidad de estar alucinando. Era él. Y no era descabellado, por algo se lo había encontrado en la puerta del establecimiento. Si ella hubiera ingresado a la escuela apenas él terminó de cambiarle la llanta, se habrían encontrado en la puerta del establecimiento, y al menos podría haber manejado la casualidad de otro modo.

Mantuvo la compostura y comenzó con la clase que tenía planeada para esa noche, ya encontraría el momento para aclarar las posiciones con Emiliano.

—Soy Dolores Pineda —dijo con calma mientras observaba como Emiliano cerraba los ojos y sonreía al escuchar su nombre—, y conmigo van a tener lengua los lunes y viernes, en este horario. A algunos ya los conozco del año anterior, pero veo muchas caras nuevas. —Fue su turno de devolverle la mirada a Emiliano—. Me gustaría que los nuevos se presenten, cuenten algo de ustedes, qué hacen, de qué trabajan...

Silencio sepulcral, algo común. Decidió incentivarlos a dedo, uno por uno los fue interrogando, hasta que el ambiente se volvió ameno. Y obviamente, el último fue Emiliano, quien ya había borrado la sonrisa socarrona y ponía atención a la clase.

—Y el último... —Lo señaló—. Contanos un poco de vos.

Emiliano se reincorporó hasta quedar correctamente sentado, le regaló una mirada cómplice, era consciente de que su profesora sabía lo que iba a contarle a sus compañeros.

—Soy Emiliano, y trabajo como vendedor de salón en una cadena de deportes —relató con parsimonia.

—¿Tu edad, Emiliano?

Se hizo un segundo de silencio, en el que solo ellos dos comprendían el tenor de la pregunta. Para el resto de la clase, no era descabellada, ya que todos habían dicho la edad en su presentación, no así Emiliano, quien se guardó ese dato esperando a que su nueva profesora lo pregunte.

—Veinticinco.

Más de un estudiante lo observó anonadado, era evidente que aparentaba unos cuantos menos. Y no solo eso, Dolores también notó como las más jovencitas de su clase se lo devoraban con la mirada.

—Parecés más chico —emitió el comentario con una picardía que solo él comprendió.

—Pero no lo soy, profesora. Por suerte no lo soy. —Pronunció lo último clavando sus ojos en los suyos, con ese tono tan bajo que ya le conocía de memoria.

Se asesinaron mutuamente con la mirada por otro segundo; mientras Emiliano era la tranquilidad personificada, Dolores tenía sus pocos recuerdos con él corriendo en círculos dentro de su mente.

Iba a ser un año muy largo.

Impartió la clase evitando hacer contacto visual con él, quien no le despegaba la mirada. Y era lógico, no había problema con eso. Cualquiera que lo viera podía pensar que era un alumno aplicado, poniendo atención en sus clases. Aunque ella sabía perfectamente que él no estaba escuchando una sola palabra de las que decía.

Necesitaba un respiro urgente.

—Por hoy, no lo los voy a abrumar más. Si me prometen que no van a hacer mucho ruido, les dejo el resto de la hora libre. ¡Pero no se mal acostumbren! El viernes empezamos la materia con todo. Se quedan calladitos, ahora vuelvo.

Dolores salió del aula a paso calmo, ya en el pasillo, corrió hasta el curso donde Aurora impartía clases. Se asomó por la ventana de la puerta, y le hizo señas para que saliera a su encuentro.

—Lolita... ¿Qué pasó?

—Emiliano... ¡Emiliano está en mi clase!

Aurora se tomó un segundo para procesar lo que la muchacha le decía, hasta que recordó lo que le había contado antes de comenzar las clases.

—¿El muchachito del que me hablaste? ¿El de la rueda? —Dolores asintió con la cabeza, pálida—. ¡Ay, chiquita! En qué lío te vas a meter...

—No, Aurora. No me voy a meter en ningún lío, porque ahora es un «no» rotundo.

—Suerte en la tarea de que lo entienda... —expresó con divertida ironía.

—Pero...

Aurora le palmeó las manos que se sostuvieron hacía apenas unos segundos, y se introdujo en su aula dejándola con el «pero» en la boca. Permaneció unos segundos más en la puerta, hasta que la mujer le regaló una cálida sonrisa que la tranquilizó un poco. Con una seña de su mano, le indicó que más tarde conversarían con calma, y que volviera a su división. Asintió con la cabeza y volvió a paso lento, sintiendo una fuerza sobrenatural que le impedía volver al tercero «A».

Y como si de una película o un video musical se tratase, todos sus alumnos estaban en la suya a excepción de Emiliano, que observaba la puerta aguardando su regreso.

«Suerte en la tarea de que lo entienda...»

—Yo voy a necesitar suerte para entenderlo.

—Yo voy a necesitar suerte para entenderlo

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Recreos en el jardínDonde viven las historias. Descúbrelo ahora