Cuarenta

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La fiesta que organizó la escuela luego de que finalizara la entrega de diplomas estaba en todo su esplendor, nadie notó cuando Dolores y Emiliano desaparecieron unos veinte minutos para hacer su pequeña despedida dentro del colegio

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La fiesta que organizó la escuela luego de que finalizara la entrega de diplomas estaba en todo su esplendor, nadie notó cuando Dolores y Emiliano desaparecieron unos veinte minutos para hacer su pequeña despedida dentro del colegio.

Dolores quería despedir a Emiliano de su etapa secundaria en el patio del jardín, pero él tuvo una idea más perversa, y la llevó al segundo piso, más precisamente, hasta el aula del tercero «A». Allí, dieron rienda suelta a su fantasía más sucia, la de la profesora y el alumno en plena aula. Volvieron a la fiesta en tiempo récord, espléndidos luego de revolcarse en la localía que era figurita difícil del álbum. Nadie notó su ausencia.

A pesar de que Emiliano se quedó con su ropa interior inferior de souvenir, Dolores supo mantener la compostura a pesar de que todavía sentía espasmos en su zona más baja. En consecuencia, no dejaban de echarse miradas pícaras cuando se cruzaban en la reunión. Es que él había descubierto en pleno acto que por el vestido que ella usaba no llevaba sostén, y se estaba volviendo loco de solo pensar que debajo de ese vestido solo había piel. Más que Darcy, se sintió Grey el tiempo que duró la reunión.

Cerca de la medianoche, llegó el momento del último adiós con sus compañeros. León, como siempre, fue el encargado de recolectar los números celulares de todos, y armó un grupo a sabiendas de que de a poco iría vaciándose y, en consecuencia, muriendo. Pero serviría para aquellos que quisieran mantener contacto con otros.

Pero el amor esa noche no era un tema exclusivo de Emiliano y Dolores. El matrimonio se sorprendió cuando notó en el auto el acercamiento entre Ernesto y Fernanda, ambos no podían dejar de observarlos por el espejo retrovisor del coche, de camino al departamento para el último festejo íntimo. Sonrisas tontas, risitas... Ellos estaban en su mundo, al igual que Javier, quien no se percataba de lo que pasaba a su alrededor porque no despegaba la vista de su celular. Encontrarse cara a cara con Sandra reavivó esa química que sintieron al conocerse en la boda.

Love is in the air... —dijo Emiliano, sin despegar la vista de la avenida.

—¿Vos decís que los contagiamos? —sugirió Dolores por lo bajo, conteniendo una risita.

—Quizás... Ahora, si esto avanza... —Señaló con su cabeza a su madre y a Ernesto—. ¿Qué seríamos? Primastros, hermanastros... Me da un poco de cringe, pero me agrada ver a mi vieja rehaciendo su vida, Ernesto es un buen hombre.

—¿Un poco de qué? —preguntó, ya sin poder contener la risa.

—Un poco de cosa... Es una palabra que aprendí del centennial que está acá atrás. Que quizás sea raro porque Ernesto es como tu papá, y ella es mi mamá. Pero por mí no hay problema, me ahorra el interrogatorio si me trajera a un desconocido.

Emiliano no se equivocó en su percepción, al llegar al departamento comenzaron a ponerle atención a Ernesto y Fernanda, y la química era palpable entre ellos. Lo que no sabían es que esos dos ya se conocían de la escuela, Ernesto fue un canal de contención para Fernanda cuando su esposo desapareció en aquel entonces, pero ellos también tenían sus prejuicios. Lo que cambió, fue que Dolores y Emiliano les dieron una clase intensiva de orgullos y prejuicios, y comenzaron a dejarse llevar por la atracción.

Recreos en el jardínDonde viven las historias. Descúbrelo ahora