Veintiocho

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Mauro no podía creer cada palabra que escuchaba del relato de Dolores, sentía como si le estuvieran contando la trama de una película juvenil

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Mauro no podía creer cada palabra que escuchaba del relato de Dolores, sentía como si le estuvieran contando la trama de una película juvenil. Devoraba las piezas de sushi que pidieron a domicilio intentando mantener la boca cerrada del estupor al masticar.

Le contó desde el momento en que lo conoció a la vuelta de su casa, hasta el instante en que discutieron la última noche, en esa misma sala. No tuvo reparos en detallar lo intenso y fogoso que fue su fugaz romance, las vacaciones compartidas en Valeria del Mar, y los planes de boda que tenían para cuando Emiliano se graduara de la secundaria.

—¡Ay, Loly! —suspiró apenado—. Ahora entiendo por qué decís que nunca me amaste. Conmigo en diez años no hiciste ni un cuarto de todo lo que hiciste con él en ocho meses.

—Y al final del camino no era tan mojigata, ¿o sí? —deslizó con perspicacia.

—No... —reconoció con una sonrisa—. No sé por qué alguna vez te llamé de esa manera hablando con Denise. Es que ella me mostró un lado de la sexualidad desconocido para mí, el bondage. Denise me tentaba en el gimnasio hablando del tema, haciendo ejercicios para estimular sus articulaciones. Me comentaba al pasar lo placentero que era para ella estar atada a una cama mientras el otro disfrutaba con su cuerpo. Y perdí la cabeza el día que me propuso probarlo, si bien yo quería intentarlo con vos, en el fondo sabía que tu respuesta iba a ser negativa. Pensé que por una vez no iba a pasar nada...

—Pero fue una, dos, tres... —completó Dolores—. Y no es por mortificarte, pero si me lo hubieses propuesto te hubiera dicho que sí. Creo que a nuestra relación le faltó condimento, tal vez ese hubiese sido nuestro salvavidas, porque aceptémoslo, nuestra relación ya estaba acabada.

—Y dudo que después de todo esto que me contaste podamos volver a empezar —aceptó apenado.

Mauro se levantó, y se arrodilló al costado de la silla en donde Dolores estaba sentada. Ésta se giró para quedar frente a él, quien tomó sus manos y la miró a los ojos.

—Loly... Yo te amo, no te lo niego. Pero si tengo que ser sensato, tu felicidad está con este flaco... ¿Emiliano? —Ella afirmó con la cabeza—. No te quedes de brazos cruzados a esperar que todo se solucione por arte de magia, no hagas con él lo que hiciste conmigo. Hablá con él y arreglen las cosas, aunque siga siendo prohibido hasta diciembre, si pudieron sobrevivir tantos meses a escondidas, pueden hacerlo un año más.

—Gracias, Mauro.

Dolores se abrazó a Mauro y lloró un poquito más, mientas él acariciaba su cabeza con ternura.

—No llores más, hormiguita. Desde ahora contás conmigo para lo que necesites, yo no voy a decir nada ni te voy a juzgar. Me quedo al lado tuyo, pero como un buen amigo. Aunque, si cambiás de opinión y querés volver...

Dolores se desenredó del abrazo entre risas y le dio una palmadita juguetona en el hombro, Mauro solo acarició sus muslos mientras le regalaba una mirada llena de cariño.

Recreos en el jardínDonde viven las historias. Descúbrelo ahora