Treinta y tres

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Una semana más se diluyó luego de la visita de Mauro a Emiliano, sin embargo, su actitud hacia Dolores no cambió, todo lo contrario

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Una semana más se diluyó luego de la visita de Mauro a Emiliano, sin embargo, su actitud hacia Dolores no cambió, todo lo contrario.

Emiliano se hundió más en su miseria.

Enterarse que Dolores sabía de su desliz con Penélope lo avergonzaba al punto de que ni siquiera le dirigía la mirada en las clases. Pasaba la hora y media de la materia con la cabeza metida en su cuaderno, garabateando dibujos al azar, ni siquiera tomaba notas de la materia. Nada.

Hasta Sandra estaba preocupada, si bien él estaba triste, sabía sacarle una sonrisa a diario, pero desde ese día en que habló con Mauro, ya nada podía hacerlo sonreír. Era un ente que asistía a clases en vano, hablando académicamente, porque lo único que hacía era ver a Dolores de lejos y torturarse por sus errores.

Pero Emiliano no fue el único que recibió una visita. Dolores también tuvo su aparición inesperada en su lugar de trabajo.

-Dolores, te busca la madre de un alumno. -Una celadora la interceptó antes de irse de sus clases en la matutina-. Te está esperando en la sala de la secretaría.

-¿Una madre? Pero yo no mandé a llamar a nadie. ¿Te dijo de qué alumno?

-No... La portera solo me dijo eso.

-Voy... -afirmó dudosa-. Gracias.

La secretaría le quedaba de camino a la salida, tomó sus cosas y se acercó al encuentro. Una mujer rubio ceniza la esperaba en el escritorio, y cuando se volteó, Dolores reconoció esos ojos al instante.

-Dolores, ¿no?

-Sí... -Le extendió la mano, dubitativa, y la mujer correspondió el gesto-. ¿Usted es?

-Soy Fernanda, la mamá de Javier, tu ex alumno, y... Emiliano.

El corazón de Dolores se cayó a su estómago, mientras sus pulsaciones se elevaron. Tomó asiento frente a la mujer, esperando una lluvia de reproches, acusaciones por haber abusado de su posición, y mil cosas más. Al igual que Emiliano con Mauro, también fingió desconocer los motivos por los cuales estaba allí, frente a ella.

-¿Y a qué debo su visita?

Fernanda observó hacia la puerta, y al ver que estaba cerrada, se acercó un poco más al escritorio.

-Necesito que hables con mi hijo, no puedo verlo más así. Me parte el alma verlo tan decaído, apenas come, no hace nada más que ir a trabajar, venir a la escuela, y encerrarse en su habitación. Ya van varias veces que tuve que ir a buscarlo borracho al bar de Hermenegildo, no puede seguir más así.

La mujer comenzó a llorar, y Dolores se acercó a reconfortarla, acariciando su espalda. Le extendió un pañuelo de papel, que Fernanda agradeció con un gesto de su cabeza. Se puso de cuclillas frente a la mujer, y trató de explicarle los motivos de su actitud.

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