¿Cuánto estás dispuesto a perder por amor?
Dolores y Emiliano se conocieron de casualidad el mismo día que se perdieron para siempre, a pesar de que el flechazo fue instantáneo. Pero el destino se obsesionó en volver a encontrarlos, solo que no calc...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
—Bueno. De tu parte, ¿quién sabe?
—Aurora —respondió, tapando su boca llena de galletita con una mano—. Nadie más, ya viste, no tengo amigos. Y no confío en otro colega, ni siquiera en mi tío.
—Deberíamos decirle... Digo, es tu tío. Si le prometemos mantener las formas, quizás nos ayude. O al menos ya estaría advertido.
—No, no... De ninguna manera. Conozco a Tito, y adentro del colegio, antes que mi tío es el rector. Yo no me arriesgaría. ¿Y de tu parte? Decime que tu hermano no sabe nada, por favor.
—Tranquila —tomó su mano sobre la mesa—. No sabe nada, ni siquiera sabe que también sos mi profesora. Ya está grande, ya no me pide ayuda en sus tareas, y además anda todo el día jugando sus juegos en línea. Solo mamá sabe, no quería decirle nada, pero se dio cuenta que algo me pasaba cuando me vio llegar el primer día de clases. Le tuve que contar.
—¿Y qué dice? Ay, qué vergüenza... —se lamentó—. Debe pensar que soy una pervertida.
—¡No, preciosa! —Emiliano soltó una carcajada—. Todo lo contrario, te adora y ni siquiera te conoce. Le hablo mucho de vos, ¿sabías?
—Son muy pegados, ¿no? Digo... No es que no lo sean, es tu mamá, pero... Me imagino que le avisaste anoche que no ibas a llegar a dormir.
—Ya sabía. —Dolores abrió los ojos, confundida—. No le dije directamente, pero... Te voy a mostrar algo.
Emiliano tomó el teléfono, y le mostró a Dolores el último mensaje de su madre.
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
—No entiendo —expresó confundida, mientas le devolvía el teléfono.
—Yo le dije una vez que no se preocupara si algún día no llegaba a dormir. Que la única mujer por la que pasaría una noche fuera de casa eras vos. Así que ya sabe.
—¿Y quién más? ¿El señor del bar? ¿Sandra? —deslizó casualmente.
—Herme sabe, pero es el señor de los secretos. Ha escuchado historias peores sobre cuernos y es una tumba. Es el código de ese bar, todo lo que se cuenta ahí, muere ahí. Es como Las Vegas —bromeó—. Y Sandra ni en pedo, sería la última a la que se lo diría.