¿Cuánto estás dispuesto a perder por amor?
Dolores y Emiliano se conocieron de casualidad el mismo día que se perdieron para siempre, a pesar de que el flechazo fue instantáneo. Pero el destino se obsesionó en volver a encontrarlos, solo que no calc...
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Le parecía raro estar en Liniers, a pesar de que deambuló muchos años de su vida en ese barrio. Pero lo que era más extraño, era el hecho de que Emiliano aparecía nuevamente en su mente para borrar de un plumazo todos los recuerdos con Mauro por esas calles.
No podía evitar sonreír al recordar que allí se conocieron.
Nada más llegó al edificio, el encargado estaba en la puerta y la dejó pasar, Dolores lo conocía de todas las veces que se quedó a pasar tardes y noches enteras con su ya ex prometido. Mientras subía, intentó hacer un repaso mental de todo lo que había dejado en el departamento, cuanto antes terminara el asunto, mejor sería para los dos.
Tocó el timbre del departamento y aguardó a que Mauro abriera la puerta, pero los minutos pasaban y nadie respondía. Insistió con un timbre más prolongado, hasta que a lo lejos escuchó un «voy» como respuesta.
—Loly... Creí que ibas a avisarme antes de venir.
Dolores no daba crédito a lo que veían sus ojos. Mauro lucía desaliñado, con brazaletes de cuero en sus muñecas, y no precisamente los mismos que usaba Emiliano para ocultar su tatuaje. Olía a un perfume tan fuerte que resultaba nauseabundo, y su cuello estaba lleno de marcas de labial carmín.
No sabía si reír o llorar. Su relación todavía estaba fase de cierre, y Mauro ya se había atrevido a meter a su nueva mujercita en el departamento.
—Perdón, no quise interrumpir tu recreación de 50 Sombras de Grey, vine por mis cosas. Voy a hacer de cuenta que no vi nada, ¿sí?
Mauro asintió con la cabeza. —Pasá, ya te traigo las cajas.
Entró con cautela, intentando quedarse a un paso de la puerta para ocultar la vergüenza ajena que le daba la situación. No quería despegar la vista del piso, y cuando lo hizo, sus ojos fueron a parar al sillón, donde estaba regada la ropa de ambos. Frunció la nariz del asco que le daba la escena, aunque a su vez se sentía afortunada de haber descubierto el engaño una semana antes de la boda.
Las voces desde el pasillo de las habitaciones llamaron su atención, se escuchaba una discusión por lo bajo, exactamente, Mauro era quien discutía con la voz femenina.
—¿Qué tiene de malo? Ya terminaron, que la mojigata lo supere de una buena vez. Me cansé de ser la otra, Mauri. Ahora yo soy tu mujer, y es hora de que lo sepa.
Dolores no tuvo tiempo de quitar la vista del pasillo, la tal Denise hizo su aparición en el living con aires de señora de la casa. Vestía ropa interior de encaje negro, pero lo más peculiar era el collar de cuero en su cuello, del cual colgaba una cadena que caía por su espalda.
Y Dolores ya no pudo contenerse. Se echó a reír ante la fúrica mirada de la rubia.
—No te preocupes, la mojigata ya se va —habló entre risas—. Me llevo mis cosas y me voy para que puedan seguir jugando a la película porno, tengo cosas más importantes que hacer —finalizó con desdén.