Dieciocho

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—Te llevo, no te voy a dejar ir en colectivo

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—Te llevo, no te voy a dejar ir en colectivo.

—No te preocupes, puedo ir en subte, en diez minutos llego. No quiero quitarte tiempo para trabajar en tu libro.

—No era una pregunta, era una afirmación.

Emiliano volvió a ceder solo por pasar tiempo con ella, aunque la realidad era que quería procesar a solas todo lo que había ocurrido desde que la encontró llorando dentro de su auto. Habían avanzado tanto en su extraña relación, incluso habían dormido juntos en el sillón, que necesitaba poner la cabeza en frío y evaluar la mejor estrategia para seguir fingiendo ese amor creciente en el colegio.

—¿A dónde vamos? —preguntó Dolores, mientras se calzaba el cinturón de seguridad.

—Balvanera. Esa es mi sucursal de origen.

Dolores sonrío, al fin sabía en dónde encontrarlo. Y es que jamás se paró a preguntarle desde qué sucursal lo habían mandado a Liniers. Si bien el tráfico comenzaba a saturarse, llegaron con algo de tiempo para una pequeña despedida.

—Gracias por quedarte conmigo anoche —comenzó Dolores, mientras jugaba con sus dedos.

—El que tiene que agradecerte soy yo, por haberme dejado entrar en tu vida a pesar de que no deberías ni siquiera haber mencionado mi nombre.

—No te creas, yo a mis alumnos los llamo por su nombre, no soy tan recta como para llamarlos por el apellido.

—Entonces... ¿Hoy a la noche no te veo en la escuela? —Dolores solo negó con la cabeza—. Pero no te vas a librar de mí tan fácil, tengo tu teléfono. Te voy a estar escribiendo todo el día, en todos los ratos libres que me queden. No estás sola, Dolly. Ya nunca más.

—Gracias Emi.

—Emi, no. Decime bonito.

Dolores solo sonrío avergonzada, se atrevió a llamarlo así porque se confío cuando Emiliano no se despertó a causa del beso. Comenzaba a dudar si se había hecho el dormido, o realmente no lo había sentido. Se quitó el cinturón de seguridad y se abalanzó sobre él para abrazarlo.

—Nos vemos el jueves, bonito —susurró esto último, pero Emiliano la escuchó.

Emiliano besó su cabeza mientras la peinaba con sus dedos, pensando en que no sabía cuánto tiempo iba a pasar hasta volver a sentir el perfume frutal de su cabello. Con todo el dolor del alma, abandonó el vehículo y se internó en el local de deportes, como ya era costumbre en él, sin mirar atrás.

Y mientras Emiliano tenía el corazón partido al medio, Dolores no dejaba de sonreír. Es que para ella la situación era distinta, ya que tenía en sus manos el ritmo de la relación. Luego de la noche que pasaron juntos, tenía que planear la mejor estrategia para seguir viendo a Emiliano lejos del colegio, sin poner en riesgo su trabajo y sin causarle problemas serios a él.

Recreos en el jardínDonde viven las historias. Descúbrelo ahora