—Buenas noches, soy la profesora Dolores Pineda, soy Licenciada en Letras, y conmigo van a tener lengua los martes y jueves en este horario.
Las piernas le temblaban cuando les dio la espalda a sus alumnos para escribir lo que dijo en el pizarrón. Fingió pelear con el marcador, batirlo, rayar sobre la pizarra blanca... Hizo varias morisquetas con él, mientras se preparaba mentalmente para ir al curso de Emiliano.
—Disculpen, voy por otro marcador. No hagan ruido que ya vuelvo.
Salió del aula y corrió de un pique hasta el tercero «A», cuidando que sus nervios y sus tacones no le jueguen una mala pasada en la carrera. Se detuvo frente a la puerta del aula, tomó una respiración profunda, golpeó y asomó la cabeza sin mirar a los estudiantes.
—Aurora... ¿Tendrás un marcador para prestarme?
—Si, Lolita. Pasá.
Entró con elegancia, hasta se ganó algunos silbidos de los alumnos del fondo. Actitud a la que ya estaba acostumbrada en la nocturna, porque lo que le sorprendió fue la mirada fúrica de Emiliano al grupito que le había silbado.
—Señores, ¿qué es esa falta de respeto hacia la profesora Pineda? —Aurora regañó al grupo del fondo—. Lo hacen una vez más y los mando a secretaría con el rector.
Dolores mantenía su postura recta mientras Aurora revolvía su cartera en busca de un marcador útil, se estaba demorando más de la cuenta, y ya no entendía qué era lo que necesitaba corroborar. No quería ni mirar a Emiliano, pero cuando lo hizo se encontró con que la observaba con complacencia, con seguridad, y una pizca de complicidad. Mordía su lapicera mientras le acariciaba el cuerpo con sus ojos ámbar, era evidente que lo hacía para no sonreír.
Se había dado cuenta de la picardía de su profesora de matemáticas.
—Acá tenés, chiquita. Eso sí, lo necesito porque es el que tengo de repuesto. Me lo traés al terminar la clase.
—Gracias, Aurorita.
Y salió del aula, refunfuñando mentalmente porque volver al tercero «A» no estaba en su alocado plan inicial.
Pero tenía que hacerlo, ya se había metido en ese embrollo.
Al finalizar su clase, volvió al tercero «A». Caminaba a contracorriente entre la marea de estudiantes que estaban presurosos de salir a tomar fresco al patio, al baño, o a comprar algo para comer en los quince minutos que duraba el primer receso. Se tranquilizó, porque de seguro Emiliano también había salido en esa marea.
Pero al llegar al aula, grande fue su sorpresa al entrar y ver a Emiliano sentado con Aurora, en su escritorio. La mujer le explicaba una ecuación con paciencia y dulzura, él solo asentía con la cabeza, atento a lo que su profesora escribía en la hoja.
—Acá te lo devuelvo, Aurorita —expresó intentando modular la voz—. Gracias.
Ambos levantaron la cabeza, pero solo Aurora sonrío. Emiliano le regaló una mirada neutral, y aunque ella sabía que eso era una fachada, porque había algunos estudiantes en sus pupitres, el corazón se le estrujó.
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Recreos en el jardín
Storie d'amore¿Cuánto estás dispuesto a perder por amor? Dolores y Emiliano se conocieron de casualidad el mismo día que se perdieron para siempre, a pesar de que el flechazo fue instantáneo. Pero el destino se obsesionó en volver a encontrarlos, solo que no calc...