¿Cuánto estás dispuesto a perder por amor?
Dolores y Emiliano se conocieron de casualidad el mismo día que se perdieron para siempre, a pesar de que el flechazo fue instantáneo. Pero el destino se obsesionó en volver a encontrarlos, solo que no calc...
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Siempre se aprecia mucho el poder de hacer cualquier cosa con rapidez, y no se presta atención a la imperfección con la que se hace.
Orgullo y Prejuicio – Jane Austen
Nuevo año, nuevas reglas, nuevo horario para jugar al alumno y la profesora.
Emiliano estaba a nueve meses de terminar la tortura del secundario acelerado, y no porque le costaran los estudios, todo lo contrario. Tenía una facilidad increíble para aprender, quizás porque nunca se despegó del todo de las asignaturas, al ayudar a su hermano menor en las tareas escolares. La tortura de Emiliano era seguir ocultando el amor que sentía por Dolores al resto del mundo, de no poder exhibir con orgullo a la mujer de la cual estaba enamorado hasta los huesos.
Aunque, en el fondo, le causaba un placer perverso saber que esa bella profesora con la que más de un alumno fantaseaba, en las noches bailaba desnuda para él entre las sábanas.
En el cuarto año, Dolores y Emiliano volvían a enfrentarse los lunes y los viernes, solo que en la última hora de la jornada. Terminaba la clase y no tendrían que aguardar por el fin de la noche escolar para estar un rato a solas, era cuestión de minutos para encontrarse en las inmediaciones del colegio y partir al departamento de Dolores.
Lo malo de ese último año, era que el aula del cuarto «A» estaba en la otra punta del piso. Ya no podrían regalarse miradas fugaces, o encontrarse casualmente al salir de sus salones. Era una sensación agridulce para ambos, si bien la ubicación alejada ayudaba a disimular, extrañarían esos pequeños momentos mágicos que los enamoraron perdidamente.
Lo que jamás pensaron ni planearon, fue que se encontrarían antes de la primera clase, sin que uno de ellos lo supiera.
Emiliano volvía del primer recreo, y al abrir el cuaderno para prepararse para su siguiente asignatura de la noche, otra nota impresa volvió a aparecer al levantar la tapa.
¿Vas a seguir fingiendo este año? Espero que no. Te veo en la calesita del jardín en el primer piso, en el segundo recreo. Vení solo.
Emiliano sintió un frío en todo el cuerpo. Guardó la nota en el bolsillo de su pantalón, y decidió no decirle nada a Dolores para no preocuparla, quería intentar arreglar ese problema sin involucrarla.
Cuando el timbre sonó, Emiliano salió disparado hacia el punto de encuentro, mientras se aliviaba de haber acordado previamente con Dolores no encontrarse en sus rincones secretos en el primer día. Se sentó en el piso de la calesita, de espaldas al hall del primer piso, hasta que su remitente apareció.
No podía ser ella.
—¿Sandra? ¿Vos me mandaste esas notas?
Sandra no respondió, tomó a Emiliano del brazo y lo atrajo contra sí, quedando arrinconada entre su cuerpo y la pared. Acto seguido, se colgó de su cuello y no solo lo besó, sino que se subió a horcajadas de él. Emiliano respondió el beso por inercia, no entendía nada, mucho menos la relación de las notas con esa actitud de la chica. Cuando Emiliano reaccionó, se aferró a su cintura para intentar deshacer el agarre de Sandra, procurando hacer el menor ruido posible en el área de juegos.