Treinta

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Dolores tomaba un té de tilo que trajo de su casa para prepararse mentalmente antes de estar cara a cara con la nueva conquista de Emiliano

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Dolores tomaba un té de tilo que trajo de su casa para prepararse mentalmente antes de estar cara a cara con la nueva conquista de Emiliano. Ernesto le había pasado la nueva lista de asistencia, alegando que una alumna se había sumado algunos días después por asuntos de papeleo, y ahí estaba en el medio.

JARA, PENÉLOPE ROSALÍA.

Como profesora, debía integrarla a su clase, hacer el show de presentación, y hablarle de la materia. Como mujer, quería saber todo de ella, si se iba a retirar para siempre de la vida de Emiliano, al menos quería asegurarse los motivos por los cuales Emiliano cayó rendido a sus pies tan pronto luego de su separación.

Aunque ya con solo verla las respuestas estaban a la vista.

Dio el último sorbo a su taza, y se levantó decidida a enfrentar sus inseguridades. Además, todos los profesores ya estaban en sus aulas, solo ella se había quedado un rato más, alegando que tenía que terminar de preparar la clase de la noche.

Cruzó el pasillo tranquila, el té había hecho efecto, pero su corazón se alteró cuando por vista periférica vio pasar a Emiliano, en dirección a su aula. No supo si era su mente jugándole una mala pasada, o realmente era él. No era un alumno que se caracterizara por llegar tarde a sus clases, así que lo atribuyó a una ilusión óptica que su mente generaba. Sacudió levemente su cabeza y entró al aula.

—Buenas noches.

—Buenas noches —respondió el curso al unísono.

Dejó sus cosas sobre el escritorio y ahí estaba. Al fondo de todo, ni siquiera se había dignado a soltar su teléfono cuando Dolores entró al aula. No se apresuró, acomodó sus cosas y comenzó la clase, no sin antes hacer su ritual de integración con ella, quien seguía con la vista perdida en el aparato.

—Antes de empezar con la temática de hoy, ustedes ya la conocen, pero yo no. Tengo una cara nueva allá en el fondo. —La susodicha no se daba por aludida—. ¿Penélope?

La chica levantó la cabeza, pero sin soltar su celular.

—Ay, perdón profesora. No la escuché, es que mi novio no me responde las llamadas y los mensajes desde ayer a la mañana, y tengo miedo de que le haya pasado algo. ¿Qué me decía?

Dolores se quedó de piedra, jamás en su corta carrera como profesora un alumno le había respondido así. Respiró profundo, no quería perder los estribos justamente con ella, con quién tenía sus diferencias unilaterales.

—Te estaba invitando a presentarte, esto lo hicimos con los chicos el lunes, pero como vos te integraste anteayer...

—Ah, eh...

Penélope no dejaba de mirar su celular, y Dolores ya estaba perdiendo la paciencia.

—Lo que sea que estés haciendo con el teléfono puede esperar. Además, te recuerdo que no está permitido usar el celular en clase. Así que guardalo y contanos un poco de vos. Qué haces, cuántos años tenes...

Recreos en el jardínDonde viven las historias. Descúbrelo ahora