Dos

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Mentir es afirmar que Dolores se tomó el primer tren que arribó a la estación de Liniers

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Mentir es afirmar que Dolores se tomó el primer tren que arribó a la estación de Liniers. La realidad es que se sentó en un banco a ver cómo se consumía la mañana hasta llegar al mediodía, mientas se cuestionaba si aceptaba o no la invitación a almorzar con ese bello desconocido.

Después de todo... ¿No era eso lo que tenía planeado hacer? El muchacho le ponía la oportunidad en bandeja de plata y ella no hacía más que dudar. Pero tanto dudó, que cuando se decidió a aceptar, ya era demasiado tarde. Doce y cuarto, y estaba como a cinco cuadras de la hamburguesería, ya no tenía sentido acudir a la cita. Decidió tomar el siguiente tren, y no aferrarse a la primera belleza que le coqueteaba.

El primero de muchos que llegarían, no tenía sentido estresarse.

Pero resulta que sí se estresó.

¿Y si él era el correcto? ¿Y si ese jovencito de grandes ojos y perlada sonrisa era su destino?

Despejó esos pensamientos absurdos cuando su rostro angelado volvió a su mente, de seguro apenas estaba entrando en la veintena, y ella recién entraba en su treintena. Lo que menos necesitaba en ese momento era suplir a su madre, «quien duerme con niños, amanece mojado», recordó.

Y se olvidó de Emiliano en lo que restaba del viernes.

Pero el sábado amaneció con un ahogo en el pecho. Él se había preocupado por ella, siendo dos desconocidos, y ella le hizo un desplante. No era justo.

Tomó su cartera, se vistió cómoda como para desvestirse en un probador, y volvió al local de deportes en Liniers.

Pero al llegar, recorrió todo el salón de ventas buscando a Emiliano, en vano. Quizás tenía horarios rotativos, pero lo extraño era que tampoco recordaba ninguno de los rostros que asistían a los clientes dentro del local. Comenzó a dudar de su cordura, ¿y si todo fue un espejismo producto del dolor del día anterior? Ya estaba allí, así que sin más preámbulos mentales se acercó hasta una jovencita que acomodaba un perchero y preguntó por él.

—Buen día. ¿Está Emiliano?

La joven le regaló una cordial sonrisa mientras trataba de pensar a quién se refería.

—Buen día... No tengo a ningún compañero con ese nombre, ¿puedo ayudarla yo? ¿Qué andaba buscando?

En ese momento, el ánimo de Dolores se cayó al suelo, y volvió a sentirse estúpida. Disimuló como pudo su desilusión, lo más probable era que todo lo del día anterior fuera producto de un espejismo creado por el desengaño con Mauro.

—Nada, no te preocupes —respondió casual—. Es solo que vine ayer a la mañana, me atendió él, me ofreció algo que le rechacé y después me arrepentí —mintió, aunque algo de cierto había en sus palabras.

—Ah, claro —recordó mirando al vacío y chasqueando los dedos—. Ayer a la mañana atendieron otros empleados. Es que falleció un compañero nuestro, y nos dieron el día a todos para ir al velatorio y al cementerio. No sabría decirle quién la atendió ayer, porque casa central mandó empleados de distintas sucursales para cubrirnos. Pero dígame qué le ofreció el chico y se lo traigo.

—No, no tiene caso. Era una promoción especial. Te agradezco.

Y se alejó dejándola con la palabra en la boca, se sintió estúpida por haber vuelto al barrio de su flamante ex por nada. Aunque lo bueno de todo es que no estaba loca ni había alucinado.

Emiliano existía. Su cordura estaba a salvo.

Lo malo era que ya no volvería a verlo para aceptar su almuerzo, si era empleado de otra sucursal, la búsqueda era lo más cercano a imposible. Buscarlo una por una sería tedioso, dentro de los límites de la capital. Pero si su sucursal de origen estaba pasando la General Paz, era de locos encabezar una búsqueda. Entendió que lo mejor era aceptar su decisión inicial del rechazo y seguir adelante, no estaba en condiciones de poner el foco en un desconocido, era el momento de ponerle el foco a su principal preocupación.

Desbaratar su matrimonio y la vida que había comenzado a forjar con Mauro.

El fin de semana pasó volando. Cuando quiso acordarse ya era el primer lunes de marzo, y también, el inicio de las clases. Dolores era profesora de literatura en el colegio en el que se graduó de secundaria, donde su tío era el rector del turno noche. Era la encargada de impartir clases a los cuatro niveles del turno, y adicionalmente le había conseguido una vacante en el turno mañana, cuando la profesora de segundo año se jubiló. Lo bueno es que ese lunes todavía no tendría clases a la mañana, y eso le dejaba casi todo el día libre para arreglar su situación con Mauro. No llegaron a casarse, pero igual debían hacer una pequeña división de bienes, por todo lo que habían gastado para la vida que nunca se concretó. Afortunadamente, no había cancelado el contrato de alquiler de su departamento, sino el problema sería mayor.

—La voy a hacer simple, no quiero que me devuelvas nada. Podés quedarte con todo para el día en que te aburras de tu nuevo estilo de vida y decidas sentar cabeza. Me llevo el auto y nunca más vas a saber de mí.

Mauro enmudeció. Jamás pensó que Dolores vendría tan decidida, esperaba reproches, lágrimas, ruegos... Hasta se había preparado para pelear la suma de dinero que le iba a pedir por los gastos de la boda. Pero nunca se imaginó que le pediría llevarse el auto que compraron juntos.

—Loly... Me parece que estás equivocada... —Hablaba lento, gesticulando con las manos mientras intentaba no perder la cordura—. No gastaste el valor del auto en el casamiento.

—No. Pero yo puse los ahorros de toda mi vida para comprarlo, y sabés bien que fue más de la mitad del costo. Si le sumamos lo que gasté en la fiesta, el vestido, más algunas cosas que compré para este departamento... Llegamos al valor del auto.

—Lo sé, pero esperaba que me pidieras venderlo, y vos te llevabas tu inversión. ¡Ya hasta lo publiqué en línea el fin de semana, y tengo un posible comprador que viene hoy a la tarde a verlo! —bufó molesto.

—Entonces lo llamás ahora y le decís que se canceló la venta. De acá solo me voy directo a registro automotor para que me hagas la transferencia completa.

Mauro se revolvió el cabello nervioso. Caminó en círculos por la habitación ante la firme mirada de Dolores.

—Loly... Deberías pensarlo mejor, ¿sí? No podés hacerme esto, yo necesito el auto para trabajar. De hecho, quería venderlo justamente para comprarme uno propio, pensaba devolverte todo lo que invertiste en el casamiento en cuotas para poder comprarlo.

—Sí. Puedo hacerlo y lo estoy haciendo. —Lo desafió—. Me importa un carajo dejarte a pie, tanto como a vos te importo un carajo revolcarte con cualquiera después de diez años juntos. ¿Después de todo lo que me dijiste el viernes me pedís piedad? No, Mauro. Te espero afuera para ir al registro y se acabó. A vos no te importó cómo me quedé yo después de que me dejaste y todas las cosas horribles que me dijiste, entonces a mí tampoco me importa cómo vas a hacer en tu trabajo.

Dolores se dio media vuelta y salió al pasillo del departamento, con el pecho inflado de orgullo por no desarmarse frente a Mauro después de todo lo que le hizo.

Dolores se dio media vuelta y salió al pasillo del departamento, con el pecho inflado de orgullo por no desarmarse frente a Mauro después de todo lo que le hizo

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