capítulo cincuenta.

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Mateo.

—Chau pendejo, después nos vemos. —saludó mi progenitor estirándome su puño para que lo saludara ¿Justo el puño?¿Lo hace a propósito? Le dediqué mi peor mirada y luego de esto largo una fuerte carcajada, a mí no me parecía para nada gracioso no poder ni siquiera mover los dedos culpa de los golpes de ayer— Bueno boludo, me olvidé. —explicó poniéndose un poco más serio— Si cuando llego seguís así te voy a llevar al médico, che pelotudo. —largó enojándose un poquito, probablemente porque ayer estuvo todo el día insistiéndome para que me haga ver, estoy con los nudillos echos mierda y voy con una bolsa de hielo a todos lados para que se me desinflame un poco, mis manos parecen dos pelotas de fútbol. Aunque tenía un lado positivo: puedo faltar al colegio, con las manos así no puedo escribir un carajo aunque, a decir verdad, tampoco lo hacia con mis manos sanas.

—Andate a trabajar dale, no rompas las bolas. —lo eché empujándolo hacia la puerta, él antes de retirarse me pegó un suave correctivo en la nuca por la actitud haciéndome reír.

Cerré la puerta con llave y suspiré aliviado, con Emilio en la casa de un amiguito y con mi papá trabajando tengo la casa entera para mí solo, necesitaba ya un poquito de paz mental y que nadie me rompa las bolas.

Me giré para comenzar a caminar hacia mi pieza con la intensión de acostarme todo el día a mirar Los Simpson, hoy no pienso un mínimo esfuerzo ni siquiera para levantarme de la cama. Arrastrando mis ojotas Nike con toda la pesadez del mundo me dirigí hacia mi habitación, suspiré aliviado al dejar caer mi cuerpo en el colchón, soy un exagerado de mierda pero de verdad ya no soportaba estar un segundo fuera de la cama con el sueño que tengo.

Me acomodé mejor entre mis sábanas y justo cuando estaba por agarrar el control de la tele, escuché el sonido del timbre. Puteé por lo bajo y refregué mi rostro con ambas manos, probablemente en este momentos las orejas de mi papá estén coloradas de tantas puteadas que le dedico mientras camino hacia la puerta porque probablemente el boludo se haya olvidado algo.

—La concha tuya Pedro. —dije mientras giraba la llave— ¿Qué mierda te olvi... —iba a terminar mi pregunta, pero me frené cuando vi la presencia de la castaña en la puerta, esta reía al oír mi puteada pensando que sería mi papá— P-perdón amor, pensé que era mi viejo. —titubeé nervioso, ella mordió su labio inferior con una sonrisa y negó con su cabeza para luego plantar un corto beso en mis labios— ¿Qué haces acá? —pregunté confuso, no me avisó nada que vendría aunque no me molesta en lo absoluto, no es mala su compañía en estos momentos.

—¿Cómo estás? Yo bien, gracias. —rodó los ojos divertida, yo reí levemente y la abracé fuerte por el cuello.

—Hola mi amor preciosa ¿Cómo estás? —pregunté irónico dejando un beso sobre su cabeza para luego darle espacio. Aunque ya estaba dentro de mi casa, me corrí algunos pasos más hacia adentro para darle lugar a que entrara, ese pequeño acto la puso algo nerviosa cosa que empezaba a preocuparme. ¿Qué ocultaba?

—¿No pasás? —pregunté impaciente con ambas cejas alzadas, ella mordió su labio nerviosa— ¿Qué pasa? —interrogué esta vez con el ceño fruncido sin entender en lo absoluto sus repentinos nervios.

—No te enojes conmigo, ¿si? —fue lo único que dijo, largué un pesado suspiro con mis ojos cerrados y al volverlos a abrir, la miré con seriedad.

—¿Qué hiciste Makeyra? —pregunté cruzándome de brazos, muy mala idea. Mis nudillos rozaron con la tela de mi remera haciendo que me queje del dolor, me había olvidado ese pequeño detalle, ni siquiera puedo ser intimidante con mis manos de mierda— Dale Makeyra, sin vueltas boluda. —largué apurado, me ponía nervioso que quede callada por tantos segundos, y hasta comenzaba a preocuparme.

objetivo; truenoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora