capítulo cuarenta.

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Makeyra.

—Amor tengo hambre. —bufó el morocho mientras sacudía mi cuerpo para que me despertara. Suspiré hondo ante su insistencia, es como la cuarta vez que me despierta siendo un sábado y teniendo la oportunidad de dormir hasta las tres de la tarde mínimo.

—Cocinate Mateo. —respondí tapándome hasta la cabeza con tal de no soportar su insoportable insistencia nuevamente.

—Dale Key, es tu casa, no se donde tenes las cosas. —explicó bajito, chasqueé mi lengua cansada y me destapé para chequear la hora desde mi celular; once y cuarenta. Me senté en el borde de la cama y refregué mis ojos aún con sueño, aunque no nos dormimos tarde estas horas para mi es demasiado temprano los fines de semana.

Me levanté de la cama tratando de ni siquiera hablarle, sabía a la perfección que en cuanto yo abriera la boca se me iba a hacer imposible no tratarlo mal por haberme despertado a esta hora.

De la habitación me fui directo hacia el baño, donde allí me lavé un poco la cara y me hice un sencillo rodete en la cabeza, a esta altura no me da vergüenza mostrarme así con Mateo, es tanta la confianza que le tengo que realmente ni siquiera me importa preocuparme por esas cosas. Y el nivel de confianza que tengo con el morocho realmente nunca la tuve con nadie, estoy segura que en cuanto un pibe me vea con una remera de Boca que me queda gigante, un peinado desastrozo y unas pantuflas de unicornio como es mi caso, sale corriendo.

Apagué la luz del baño y me dirigí hacia la cocina, donde se encontraba el morocho con su torso desnudo atacando una caja de pizza que sobró de ayer a la noche mientras ponía a calentar el agua de la pava.

—¿Sos joda? Me despertaste al pedo boludo, tenés una caja entera de pizza si tenés hambre.
—dije con enojo, él se me reía en la cara al ver mi reacción.

Ayer a la noche no teníamos ganas de cocinar así que pedimos dos cajas de pizza, cosa que fue bastante innecesario y que con una nos alcanzó lo suficiente. Mateo se comió seis porciones de pizza mientras que yo, con mi estómago mas chico que una hormiga, logré llenarme con dos. De igual manera no me quejo, hoy comeríamos lo que sobró así que no me tengo que esforzar en cocinar.

—Perdón, es que me aburría acostado. —respondió formando un puchero en sus labios. Realmente las personas que despiertan a la gente por esas simples razones no se merecen mis respetos.

—Sos un gil. —largué ofendida para luego ignorar por completo su presencia y apoyarme en la mesada con mi celular, al menos para distraerme un rato y sacarme el malhumor de encima.

—¿Te habló tu wacho? —preguntó haciendose el gracioso al ver que estaba utilizando mi celular, mientras preparaba el mate y lo endulzaba, aunque aún no este lista el agua.

—Si ¿algún problema? —mentí con seriedad, él largó una fuerte carcajada sarcástica de espaldas.

—Pobre, re cornudo entonces. —respondió esta vez dándose la vuelta para quedar a mi lado.

—¿Por qué? Si nosotros somos amigos. —respondí alzando mis hombros indiferente. Otra vez, volvió a largar una fuerte carcajada sarcástica.

—¿Si? —preguntó con ambas cejas alzadas mientras que se posicionaba frente a mí— Y contame... —dijo sacándome el celular de la mano con lentitud hasta apoyarlo a su lado— ¿Con todos tus amigos tenés tanta tensión sexual? —murmuró cerca de mis labios, mientras relamía los suyos sin sacar su vista de mi boca. Apoyó ambas manos alrededor de mi cuerpo de tal manera que me dejó acorralada. Me estaba poniendo nerviosa, lo tenía a centímetros de mi rostro y, un detalle no menor, con su torso desnudo. Iba a responderle, pero realmente no me salían las palabras al sentir un millón de sensaciones recorriendo mi cuerpo en ese momento— ¿Por qué te ponés nerviosa? —preguntó bajito con su voz ronca, cerré mis ojos para no dejarme llevar por los jueguitos del morocho.

objetivo; truenoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora