Miedo y Veneración

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A L I N A

Las enormes puertas del Hervidor se cerraron con fuerza, y se escuchó una llave en la cerradura. Alina trató de ignorar el nudo enfermizo que notaba en el estómago y comprender lo que estaba presenciando. Nadia y Zoya, que eran dos Vendavales; Mal, Erik y David, un inofensivo Hacedor. En la nota ponía «hoy». ¿Qué significaba?

—Voy a preguntártelo otra vez, sacerdote —dijo Anastasia, perdiendo la paciencia—. ¿Qué es todo esto? ¿Por qué están detenidos? ¿Y por qué están sangrando?

—Estos no son sus amigos. Hemos descubierto un complot bajo nuestras narices para destruir la Catedral Blanca.

—¿De qué estás hablando?

—Ya vieron hoy la insolencia del chico...

—¿Ese es el problema? —esta vez preguntó Alina—. ¿Que no tiembla lo suficiente en tu presencia?

—¡El problema aquí es la traición!

Sacó una bolsita de lona de su túnica y la mostró en alto, dejando que se balanceara entre sus dedos. Alina frunció el ceño. Había visto bolsitas como aquella en los talleres de los Hacedores. Las utilizaban para...

—¡Polvos explosivos! —dijo el Apparat—. Fabricados por este sucio Hacedor con los materiales reunidos por sus supuestos amigos.

—Bueno, David ha fabricado polvos explosivos —dijo Anastasia—. Podría haber un centenar de razones para ello.

—Las armas están prohibidas dentro de la Catedral Blanca.

Alina arqueó una ceja mirando los rifles que estaban apuntando a Mal y a sus Grisha.

—¿Y qué es eso? ¿Cucharones? Si vas a hacer acusaciones...

—Sus planes fueron escuchados. Adelante, Tamar Kir-Bataar. Di la verdad que has descubierto.

Tamar hizo una profunda reverencia.

—Los Grisha, el rastreador y el fjerdano planeaban drogarlas y llevarlas a la superficie.

—Nosotras queremos regresar a la superficie —dijo Alina.

—Querían utilizar los polvos explosivos para asegurarse de que nadie las siguiera —continuó—, para derrumbar las cavernas sobre el Apparat y sus fieles.

—¿Cientos de personas inocentes? Mal jamás haría eso. Ninguno de ellos lo haría. —ni siquiera Zoya, por muy miserable que fuera—. Además, no tiene ningún sentido. ¿Cómo se supone que iban a drogarnos?

Tamar hizo un gesto con la cabeza en dirección a Genya y al té que había junto a ellas.

—Yo misma bebo de ese té —señaló ella—. No hay ninguna droga en él.

—Es una envenenadora muy experimentada y una mentirosa —replicó fríamente Tamar—. Y ha traicionado antes en favor del Oscuro.

Los dedos de Genya se aferraron a su chal. Todos sabían que había verdad en sus acusaciones. Alina sintió un desagradable pinchazo de sorpresa.

—Confías en ella —dijo Tamar, pero había algo extraño en su voz. No sonaba tanto como si estuviera haciendo una acusación sino como si estuviera dándole una orden.

Hasta que los Mares Sean Polvo || Nikolai Lantsov Donde viven las historias. Descúbrelo ahora