Tuneles y Salas

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A N A S T A S I A

Anastasia estaba a la izquierda de Alina, junto a ella estaba Vladim. El Apparat ya llevaba hablando un buen rato, su voz reverbando por toda la caverna, pero la mente de Anastasia solo estaba divagando entre un pensamiento sin sentido al siguiente.

Todos guardaron silencio, debajo de ellos había rostros entusiasmados. Todos estaban esperando a que Alina hablara, pero probablemente estaba tan distraída como Anastasia.

—Regresaré... —su voz se quebró, se aclaró la garganta antes de volverlo a intentar—. Regresaré más poderosa que nunca —declaró con la mejor voz de Santa—. Ustedes son mis ojos. Son mis puños. Son mis espadas.

La multitud gritó. Todos a una, comenzaron a entonar un cántico:

—¡Sankta Alina! ¡Sankta Alina! ¡Sankta Alina!

—Estuvo bien —dijo Mal mientras se alejaban del balcón.

—Llevo casi tres meses escuchando el parloteo del Apparat. Algo tenía que contagiárse.

El Apparat anunció que pasaría tres días en soledad, ayunando y rezando por el éxito de la misión. Sus guardias harían lo mismo, confinados en los archivos y vigilados por los Soldat Sol.

Alina terminó de hablar con Ruby y otros soldados y le dijo lo último al Apparat. Anastasia estaba frente a Erik, arreglando el cuello de su abrigo mientras Dakarai hacía nudos en una cuerda y se burlaba del ojo de Erik que seguía con un derrame. Erik aún no estaba del todo cómodo alrededor de otros Grisha que no fueran ella, pero cada vez se relajaba más.

Estaban todos en el Pozo de Chetya, una fuente natural en el cruce entre cuatro de los túneles mayores. Habían decidido que si el Apparat enviaba a un equipo a por ellos, sería más difícil que les siguieran el rastro desde allí. Al menos esa era la idea, pero no habían contado con todos los peregrinos se fueron a presentar para despedirlos. Habían seguido a los Grisha desde sus cámaras y se agrupaban alrededor de la fuente.

Todos llevaban ropas ligeras de viaje, y sus keftas habían sido guardadas en el equipaje. Anastasia traía un abrigo pesado, una pañoleta que Dakarai consiguió le cubría el cabello y una bufanda áspera alrededor de su cuello. Dakarai le había regresado su cuchillo que habían recuperado de su cuerpo inconsciente y enfermo, el peso de este en su muslo y una pistola en su cadera le agradaban, la reconfortaban.

Los peregrinos se estiraban para alcanzar siquiera la manga o la mano de Alina y Anastasia. Algunos les daban regalos, las únicas ofrendas que tenían: bolillos que ya eran demasiado duros, piedras pulidas, trozos de encaje, racimos de lirios de sal. Murmuraban plegarias por su salud con lágrimas en los ojos.

Anastasia vio claramente la sorpresa de Genya cuando una mujer le puso un chal de oración de color verde oscuro sobre sus hombros.

—Negro no —dijo—. Para ti, negro no.

Anastasia sonrió y después se volteó a recibir una plegaria. Anastasia besó mejillas, cargó con un poco de dolor a un par de niños y bebés, estrechó manos, prometió cosas que probablemente no cumpliría, hizo ligera conversación con algunos. Se dio cuenta de cuanto extrañaba a la gente que se le acercaba tranquila y con gentileza. Después comenzaron el viaje.

Mal iba en primer lugar. Tolya y Tamar se encontraban al final, explorando los caminos que dejaban atrás para asegurarse de que nadie los seguía.

Hasta que los Mares Sean Polvo || Nikolai Lantsov Donde viven las historias. Descúbrelo ahora