Lluvia de Estrellas y Sangre

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A L I N A

Alina y Anastasia pasaron el resto de la tarde redactando una solicitud de ayuda para el Apparat. Dejarían la misiva tras el altar en la Iglesia de Sankt Lukin, en Vernost, y esperaban que llegara hasta la Catedral Blanca a través de la red de fieles. Habían utilizado un código que Tolya y Tamar conocían de su etapa con los Soldat Sol, de modo que si el mensaje caía en las manos del Oscuro, este no se daría cuenta de que en poco más de dos semanas estarían esperando a las fuerzas del Apparat en Caryeva.

Era una ciudad de paso que quedaba prácticamente abandonada tras el verano, y estaba cerca de la frontera del sur. Con el pájaro de fuego o sin él, podrían hacer marchar las fuerzas que tuvieran hacia el norte cubiertos por la Sombra y encontrarse con las tropas de Nikolai al sur de Kribirsk. Dakarai intentaría contactar a los mercenarios que conocía, pero con poco presupuesto esos números no era algo con lo que contaban.

Anastasia viajaría primero a Keramzin junto a Cillian, Nevsky y sus hombres, para recoger a todos los alumnos y después alcanzaría a los demás. Normalmente, Alina solo veía a Cillian rodeado de soldados o en compañía de Lize, la madre de Erik. A diferencia de Erik, él buscaba cualquier oportunidad para involucrarse en la guerra, incluso después de las quejas de su hermana, siempre intentando entrenar, siempre aconsejando o conversando con soldados.

—¿Qué más te dijo el Oscuro? —Anastasia estaba sentada frente a ella, al otro lado del escritorio que movieron en la habitación de Alina. Ella suspiró.

—¿Haz pensado en toda la eternidad que nos queda? Viviremos largas vidas, tú más que yo.

Anastasia había tenido una mirada persistente e intensa desde que la conoció, pero desde que sus ojos se convirtieron de otros colores, azules y grises como las montañas nevadas en las que se escondían, su mirada era capaz de atravesar y de cortar limpiamente, era intrigante.

Arrugó el entrecejo y bajo la mirada, cambiando la pierna que tenía sobre la otra.

—Intento no hacerlo. —movió los rizos que estaban por caer en su rostro más atrás—. Considerando qué tal vez no sobrevivamos el mes, no veo el punto.

—Él nos lleva ventaja por eso, vive en miles de momentos.

—Y mira lo que le ha costado, Alina. En lo que se ha vuelto. Alguien sin humanidad.

Alina lo sopesó. Si sobrevivían, ¿acaso en eso llegarían a convertirse ellas dos o se volverían ancianas y amargadas como Baghra? ¿Podrían vivir cientos de años y cientos de vidas sin volverse en monstruos sádicos y sedientos de poder? Anastasia tal vez, pero si Alina conseguía el último amplificador, tal vez su vida sería más corta de lo que ella creía.

—Nos cazará como animales, nos arrebatará de cualquier santuario, Anastasia. —repetir sus palabras le causó un escalofrío terrible, un sabor ácido en la boca y presión en el estómago.

—Nada que no esté haciendo ya, Alina. Y seguimos aquí, peleando.

¿Hasta cuando tendrían que pelear? ¿Cuánto más tendrían que perder? ¿En algún momento lograrían llevar la ventaja?

Anastasia volvió concentrarse en el papel que tenía sobre sus manos, se estiraba y movía por dolor de espalda, últimamente hacia eso mucho, movía sus articulaciones con dolor y tronaba sus huesos con intranquilidad.

Era curioso, observar a detalle a Cillian y a Anastasia, físicamente eran polos opuestos, desde el tono de piel hasta la textura del pelo, pero la forma en la que se movían por el mundo como si toda estuviera lista para servirles a ellos, la forma en que se sentaban en una silla con perfecto conocimiento de su cuerpo y dominio en la habitación, la forma en que hacían cosas tan mundanas como leer un libro o comer en una mesa, era los que los hacía tan símiles.

Hasta que los Mares Sean Polvo || Nikolai Lantsov Donde viven las historias. Descúbrelo ahora