Esperanzas

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E R I K

Dakarai los había sacado de la cama temprano, su madre había pedido desayunar con los tres, se arreglaron con rapidez, tan rápido como las temblorosas manos de Erik le permitían. Aún podía ver al hombre ser golpeado por sus balas, caer de rodillas sin vida, le dolían los músculos, le costaba moverse y toda su ropa le picaba e incomodaba, no podía dejar de moverse desesperado por comodidad.

Cuando se derrumbó frente a Cillian no creyó que lo fuera a recibir con tanta comprensión, cuando llegaron la noche anterior a la puerta de Anastasia él no estaba seguro de que lo fuera a recibir y menos que le permitiera quedarse. Erik no se sentía merecedor de compasión, de justificación o de amor.

Cuando lo abrazaron sus hombros se suavizaron, sus articulaciones se movieron, podía sentir su cuerpo acomodarse en el abrazo de sus hermanos. Agradecía haber estado con ellos, el no estar solo. Por tener a sus hermanos. El haber podido dormir con ellos como si fuesen niños. Porque nunca en su vida se sintió como un niño, siempre fue una persona más madura a lo largo de su vida, jamás un niño .

Tanto como podía recordar, la primera vez que se sintió total y profundamente solo fue cuando subió a aquel barco en el puerto de Djerholm, hacia frío y la madera del barco cirugía y el viento silbaba con fuerza, cuando la mano de su madre soltó su hombro y él subió al barco con destino a Ketterdam. Tenía solo cinco y ya estaba solo. El peso de una mano aseguradora sobre su hombro se evaporó en nada.

Luego se consiguió una familia que lo amaba como propio y dejó de sentirse solo. Iba por la vida acompañando de sus hermanos y resguardado por Marcus y Phaedra. Hasta que tuvo que subirse a otro barco con dirección a Djelholm y lo perdió todo de nuevo. Su vida entera ha sido una incertidumbre de cuándo tendría o no una familia y preguntándose cuándo la perdería de nuevo.






Caminaron los tres en silencio hasta donde su madre desayunaba sola y alejada después de pasar a un mar de soldados y Grisha. Él podía sentir todas las miradas en ellos, y aún más en Anastasia. Pero cuando volteó a verla ella parecía no notarlo, caminaba con autoridad, con su barbilla en alto, la espalda recta, paso firme y su mirada impasible. Algo que de más jóvenes jamás había visto con tanta intensidad en ella.

Su madre estaba en ropa de soldado, le quedaba un poco grande, pero seguía teniendo la elegancia de siempre, tenía el mismo peinado impecable, recogido completamente y con dos gruesas curvaturas de cabello grisáceo cayendo de un costado de su frente y otra más pequeña del otro lado. De sus orejas se apreciaban sus pendientes redondos y pegados, grandes, con una gran perla en el centro y rodeado por dos filas de pequeños diamantes. Sus cejas delgadas y ojos azules resplandecientes.

Cuando los vio se levantó para recibir a Erik con un abrazo. Le hizo una reverencia a Anastasia y ella le dio la mano brevemente. Le presentaron a Cillian, algo curioso tomando en cuenta que después de años de Erik viviendo con él, ambos jamás se habían conocido, de la misma forma que Anastasia jamás había conocido a su madre.

Su madre no estaba cómoda con nada de lo que había pasado, tampoco estando en una montaña rodeada de Grisha, ni que Anastasia lo fuera. Pero aún así la recibió en su mesa y le preguntó por su madre, Phaedra y por su padre, Marcus. Erik sabía que ella y Cillian se saltaron detalles sobre su madre, como su apariencia o la verdadera gravedad de su salud, pero él no dijo nada. Erik apreciaba que su madre no se mostrara tan escéptica ni grosera con ella por ser Grisha.

Corriendo, llegó un pequeño niño, tendría a lo mucho nueve años, Anastasia lo reconoció y lo llamó Misha. Él le dijo que Bahgra la esperaría en el extremo de la terraza que acaba en punta. El niño se fue corriendo, con su espada de madera golpeteando su pierna a cada paso.

Hasta que los Mares Sean Polvo || Nikolai Lantsov Donde viven las historias. Descúbrelo ahora