¿Qué es Infinito? El Universo y la Avaricia de los Hombres

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A N A S T A S I A

Estaba cálida bajo las cobijas y junto al cuerpo de Erik, siempre emanaba mucho calor, sus manos siempre calientes.  Las estrellas se reflejaban brillantes por la ventana, podía verlas con tanta claridad, sentía que podía casi tocarlas. Había intentado contarlas para dormirse, pero simplemente no lo logró. Intento dormirse con la cabeza en los pies de la cama, de pequeña hacia eso y le funcionaba por alguna extraña razón, pero esta vez no fue así.

Se levantó con mucho cuidado, moviendo lentamente cada extremo de su cuerpo y caminó de puntillas hasta una bata gruesa de terciopelo antes de salir en completo silencio. Erik siempre tuvo el sueño ligero, despertándose con el mínimo ruido, pero este no fue el caso.

Afuera, Dakarai estaba jugando con un par de sus más pronunciados chinos. Tamar jugaba con una pulsera de tela, Anastasia les sonrió y después miró a Dakarai. Se quedaron parados en el pasillo, él la observaba dudoso, Anastasia solo le negó con la cabeza y juntos comenzaron a caminar por los fríos pasillos del lugar.

—¿Erik no se desempeñó bien? —le susurró y Anastasia le dio un codazo en el abdomen. Dakarai conocía perfectamente que su relación no se trataba de eso, pero era evidente que disfrutaba de molestarla con él.

Por los pasillos había un par de soldados que mantenían guardia y que todo estuviera vigilado. Al verla se detenían, se hacían a un lado y bajaban la cabeza en reverencia. Anastasia seguía caminando hasta que llegaron a las terrazas descubiertas a donde Dakarai se rehusó a salir, dijo que hacía demasiado frío como para acompañarla.

Solo podía escucharse el viento silbar por las montañas, diminutos copos de nieve, apenas perceptibles, caían suavemente. El frío era abrumador, paralizaba las extremidades y daba dolores de cabeza. Anastasia estaba helada, pero no sentía frío, le encantaba la sensación.

Cillian durmió en su propia habitación, así había sido por algunas noche ya. Anastasia podía verlo escabullirse entre los rangos de soldados, en los almuerzos y entrenamientos, en poco tiempo se había popularizado entre algunos grupos de soldados. No conocía bien el plan de su hermano, pero ella lo preferiría lo más lejos que fuese posible de la guerra.

Después de un rato, Dakarai apareció nuevamente con dos tasas de té. Dijo que un soldado, Pyotr, se las enviaba, que quería dárselo a Anastasia en persona, pero Dakarai no se lo permitió.

—Creyó que lo dejaría solo porque me trajo una. —dijo con un tono incrédulo y burlón.

—¿Quién es este gentil soldado? —preguntó Anastasia soplándole un poco a su té—. ¿Lo conozco?

—Pyotr. Lo conociste en el viaje por la Vy. Ojos verdes, pelo café, piel morena. —siguió hablando al ver que Anastasia no lo ubicaba. Ella había conocido a tantas personas con los mismos nombres que le costaba recordar a absolutamente todos—. De los pocos que te ganó en las cartas. Tiene una cicatriz debajo del ojo.

—Ah. Ya sé quién. Es guapo —dijo Anastasia dandole un sorbo al té sin azúcar—. ¿Y por qué no permitiste que me la diera? Déjame decirte que hace mejor té que tú.

—Uno, gracias a ese comentario a partir de ahora tú vas a prepararte tú té. Y dos. Me voy a poner celoso. Solo pocas personas se te pueden acercar.

—¿Yo estoy entre aquellos? —Nikolai estaba parado detrás de ambos con un abrigo verde militar, su camisa y pantalón de dormir debajo. Tenía una expresión extraña, casi triste.

—Depende de lo que ella diga —dijo, mirándola con una sonrisa divertida y no la dejó sola hasta que ella asintió, llevándose la taza de té con élite

Hasta que los Mares Sean Polvo || Nikolai Lantsov Donde viven las historias. Descúbrelo ahora