A L I N A
Mientras se acercaban a la zona donde se rumoreaba que estaba la Cera Huo, su ritmo se aceleró. Mal se volvió aún más silencioso, y sus ojos azules se movían constantemente por las colinas. Alina sabía que le debía una disculpa, pero ella nunca encontraba el momento adecuado para hablar con él.
Cuando llevaban una semana casi exacta de viaje, llegaron a lo que parecía el lecho seco de un arroyo entre dos escarpadas paredes rocosas. Llevaban casi diez minutos siguiéndolo cuando Mal se arrodilló y pasó la mano por la hierba.
—Harshaw —dijo—, ¿puedes quemar parte de esta maleza?
Él sacó el pedernal y envió una capa baja de llamas azules por el lecho del arroyo, de modo que reveló un patrón de piedras demasiado regular como para que no lo hubiera hecho el hombre.
—Es un camino —dijo sorprendido.
—¿Aquí? —preguntó Alina. Llevaban kilómetros sin ver nada más que montañas vacías.
Permanecieron alerta, buscando señales de lo que pudiera haber habido antes, esperando ver símbolos grabados, o tal vez los pequeños altares que habían visto tallados en la roca cerca de Dva Stolba, estaban deseosos de encontrar alguna clase de prueba de que iban por el camino correcto. Pero la única lección en las piedras parecía ser que las ciudades se alzaban, caían y quedaban olvidadas. Tú vives en un solo momento. Yo vivo en miles. Tal vez Alina viviría el tiempo suficiente como para ver Os Alta convertirse en polvo. O a lo mejor volvía su poder contra sí misma y acababa con todo antes de que eso pasara. ¿Cómo sería la vida cuando la gente que quería muriera? ¿Cuando ya no quedaran misterios?, se preguntaba.
Siguieron el camino hasta el punto donde parecía que simplemente terminaba, enterrado bajo unas rocas desmoronadas cubiertas de hierba y flores salvajes amarillas. Las subieron gateando y, cuando llegaron a la cima, una esquirla de hielo se le clavó en los huesos a Alina.
Era como si hubieran drenado el color del paisaje. El campo delante de ellos era de hierba gris. Una cordillera negra se extendía en el horizonte, cubierta de árboles, con la corteza suave y reluciente como pizarra pulida, y sus ramas angulares libres de hojas. Pero lo más espeluznante era cómo crecían, en líneas perfectas y regulares, equilibrados, como si los hubieran plantado con infinito cuidado.
—No me gusta esto —comentó Harshaw.
—Son árboles soldados —dijo Mal—. Así es como crecen, como si estuvieran formando filas.
—Esa no es la única razón —señaló Tolya—. Este es el bosque de cenizas. La entrada a la Cera Huo.
Mal sacó el mapa.
—No lo veo.
—Es una historia. Hubo una masacre aquí.
—¿Una batalla? —preguntó Alina.
—No. Un batallón shu vino aquí conducido por sus enemigos. Eran prisioneros de guerra.
—¿Qué enemigos? —quiso saber Harshaw.
Tolya se encogió de hombros.
—Ravkanos, fjerdanos, quizás otros shu. Fue hace mucho tiempo.
—¿Qué les sucedió?
—Se estaban muriendo de hambre, y cuando el hambre fue demasiada, se volvieron los unos contra los otros. Se dice que el último hombre que quedó en pie plantó un árbol por cada uno de sus hermanos caídos, y ahora esperan a que los viajeros pasen demasiado cerca de sus ramas, para poder reclamar una última comida.
ESTÁS LEYENDO
Hasta que los Mares Sean Polvo || Nikolai Lantsov
FanfictionAnastasia ha reconstruido su vida una y otra vez. Fue elegida por la Creación del Corazón del Mundo para pelear y ayudar a mantener el equilibrio. Es su deber involucrarse en una guerra que no es suya y asegurarse que se termine, aún si eso le cuest...