Ketterdam

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A N A S T A S I A

El fuerte chocar de vidrio contra vidrio de los vasos resonaban por todo el edificio, el trapo mojado contra la madera y fuertes suspiros de exasperación anuncian el humor de la tarde.

La madre de Anastasia, Pheadra, se había caído y se rehusaba a comer pues había vomitado varias veces ya. El doctor que habían logrado pagar hace tiempo no estaba seguro de lo que tenía, tal vez era algo en su hígado lo que la enfermaba. Su madre no mejoraba, ni lo haría. Además, fueron a cobrarle la renta una semana y media antes, y a ella no le pagaban hasta dentro de cuatro días, mientras que la paga de su hermano estaba retrasada. Se le hacía tarde así que se cayó de las escaleras del edificio donde vivía y tenía jaqueca. Su humor no estaba bien.

Fue a la parte de atrás por nuevas botellas para acomodarlas y abrirlas antes de abrir completamente el Club Cuervo. Cuando regresó Kaz ya estaba sentado en la barra revisando papeles. Ella sacó un vaso y le sirvió antes de seguir limpiando con la misma agresividad de antes.

—Lo rompes lo pagas —le advirtió él después de que Anastasia chocara dos vasos con fuerza entre sí.

Anastasia lo conocía desde hace hace algunos años y el chico le era un misterio. Nadie sabía nada de él, solo que era astuto y violento por igual. Aunque para ella lo más impresionante siempre fue su corta edad.

De más joven, y a veces hasta la fecha, Anastasia evitaba callejones y las calles donde estaban las casas de placer. Normalmente casi corría de su trabajo en un restaurante hasta su casa para evitar que alguien la parara, la asaltara o peor. Sus manos comenzaban a oler extraño por la comida que tenía que pelar y cortar diariamente. Se sentía abrumada, no sabía cómo ayudar a su madre, cómo aligerar el peso que su hermano Cillian cargaba, no sabía cómo ella seguir adelante.

Entonces su madre se enfermó aun más. Empeoraba lentamente y no mejoraba, solo estaba enferma y sus medicinas eran costosas. Cillian tenía dos trabajos pesados que eran el principal sustento de los tres. Anastasia, su empleo no podía pagar todos los gastos que los ahogaban y no sabía dónde más podría encontrar un empleo que tuviera un horario estable para que se pudiera organizar para cuidar de su madre mientras Cillian no estaba y con una paga segura.

La desesperación la carcomía, la preocupación no le permitía dormir y la situación no iba para mejor. No se pararía en una casa de placer, tampoco se volvería esclava de un mercader, ni tendría oportunidad de casarse. No podían irse del país, no tenían dinero suficiente, todo se gastaba tan pronto cómo llegaba.

Por una noche, ella decidió no correr, eligió caminar por las siniestras calles. Por primera vez en mucho tiempo disfrutó del frío viento de la noche que no chocaba agresivo contra ella. Las estrellas se veían con más claridad que otras noches y las calles aún tenían luz de las personas que continuaban despiertas, o tal vez de las que no confiaban dormir en la oscuridad.

En la calle principal que la llevaba a su madre estaba atascada de gente y de hombres que no se veían agradables. Sigilosamente se deslizó corriendo por un callejón, aligeró el paso esperando no tener problemas. Sentía una tensión en su espalda, como si un hilo la jalara fuera de ahí, una voz que no era suya le sugería con sutileza que se fuera de ahí.

Del costado de uno de los contenedores de basura aparecieron dos hombres, grandes y mugrientos. Caminaron hacia ella y otro hombre ya la acechaba por detrás. Sacó un cuchillo que cargaba dentro de su abrigo y lo levantó lista para atacar. Los tres se acercaron corriendo a atacarla. Anastasia logró esquivar los primeros golpes y darles algunos cortes pero no lo suficiente para derribarlos. Logró derribar a uno, rompiendo una caja de madera que estaba cerca en su cabeza.

Hasta que los Mares Sean Polvo || Nikolai Lantsov Donde viven las historias. Descúbrelo ahora