30. Nadie escapa de la muerte

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Observé con detenimiento mi habitación y no noté nada fuera de lugar. Lo que sea que Carl buscaba no lo había encontrado porque había memorizado las cosas, mis abrigos estaban en su lugar y mis apuntes seguían estando ahí.

No entendía que era lo que Carl buscaba en mi habitación, no sabía que era tan importante para obligarlo a entrar en mi habitación, pero definitivamente algo ocultaba e iba a averiguarlo, no dejaría ni un solo asunto sin resolver y si Carl había ocasionado alguna muerte lo haría pagar por ello.

Me sobresalté al escuchar un golpe en la ventana y corrí a contarle a Jeff lo que había sucedido. Necesitaba de su ayuda para investigar al hombre que vivía en mi casa, no podía decirle a mi madre porque definitivamente no ibas creerme, ya que estaba completamente segura de que Carl le había lavado el cerebro. Sabía que Carl estaba jugando algo muy turbio y no me sorprendía que fuera sospechoso.

—No es la primera vez que actúa extraño— Jeff estaba sentado en la orilla de la cama y me escuchaba con atención—, cuando volví a casa después de desaparecer, me saludó de una manera extraña.

—¿Y si estás exagerando?— no podía estar diciendo aquello porque todos resultaban sospechosos en aquel momento. Lo miré con expresión sería y pareció darse cuenta de lo que acababa de decir porque rápidamente cambió su expresión—, hay que averiguar sobre él y el mejor lugar es la biblioteca.

—Iremos mañana a primera hora— susurré y me dejé caer sobre la almohada. Jeff se acercó y me dio un suave beso que me confirmaba que realmente quería estar ahí conmigo.

Volví a besarlo y dejé que mis manos bajarán hasta su cuello y quitarán la chaqueta de sus hombros. Sabía exactamente lo que estaba haciendo y quería estar con Jeff porque lo deseaba mucho y sentía que mi cabeza explotaría de alguna manera si no desataba lo que llevaba adentro.

Observé como sus manos recorrían mi cuerpo desnudo y sus labios se adherían a mi piel de una manera sorprendente; su respiración agitada era como una especie de música que se metía en mi mente de una manera extraña y es que nunca me había sentido así. Quizá nuestras mentes extrañas se unían para crear el infierno perfecto.

Éramos como dos criaturas extrañas unidas por un deseo incontrolable.

Cuando me desperté por la mañana Jeff aún estaba ahí. Dormía como un bebé y su cabello estaba muy despeinado, me resultó un poco extraño verlo ahí porque estaba acostumbrada a que Dylan se marchara antes de que yo lograra despertar, pero supongo que no podía compararlos porque en cierto modo eran muy diferentes.

Me vestí para despedirme de Kim y noté que la nieve se estaba empezando a endurecer y eso significaba que el tiempo se agotaba y tenía el extraño presentimiento de que las muertes se multiplicarían el doble y no podía permitir eso, pero tampoco sabía cómo parar todo porque me encontraba en una especie de torbellino que arrasaba con todo a su paso.

Jeff y yo nos reunimos con los demás en el cementerio. Nuestra ropa negra se hacía notar mucho en aquel escenario de color blanco y lápidas de color gris; la muerte parecía tener un sabor frío y aterrador que podía congelar hasta la última gota de sangre.

—Se que no es el lugar ni el momento correcto, pero creo que encontré algo sobre Carl— Jeff susurraba en mi oído mientras escuchábamos al sacerdote decir una plegaria para Kim. Su madre lloraba desconsolada y pude notar que detrás de ella estaba Marina y me observaba de una manera extraña. Su mirada era diferente y parecía estudiar cada movimiento que Jeff hacía y eso me ponía algo nerviosa ¿Qué demonios le sucedía?

—Regresaré en un momento, Leila— dije en un susurro y ella solo asintió lentamente. Me alejé un poco y enfrenté a un Jeff algo inquieto que me miraba mientras sostenía un viejo anuario.

Rushville ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora