23. Verano del 83

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—Central ¿Me copian?— la voz que provenía del radio sonaba fuerte y claro, lo suficiente como para que todos entendiéramos—. El fallecido fue identificado como Rusell Davis, repito, el cuerpo es de Rusell Davis.

Me quedé congelada al escuchar aquello ¿Acababa de decir que el viejo Rusell estaba muerto? Aquello debía ser un error porque él se mantenía oculto para que ningún augurio le molestara. No podía estar muerto porque él era el único que sabía lo que sucedía en Darville y necesitábamos aquella información.

Y como si aquello no fuera suficiente, recibimos el peor comunicado de toda la historia de Rushville. Una patrulla se detuvo frente al estacionamiento de Olsen y de esta salió un oficial que sostenía una bocina en su mano y dio el comunicado que todos queríamos escuchar desde que aquello había empezado.

—¡El alguacil declara estado de emergencia a partir de hoy y se anuncia que el toque de queda será a partir de las ocho de la tarde en adelante!— Jeff apretó mi mano tan fuerte que creí que la iba a romper. Estaba asustado, podía sentirlo y no solo él, también todas las personas que estaban escuchando el comunicado que acababan de dar—. A partir de las ocho de la tarde deberán estar en sus casas con puertas y ventanas cerradas y alarmas activadas. Todos las líneas de la estación de policía estarán habilitadas en caso de tener una emergencia.

  Podía escuchar las sirenas por todo el lugar y sabía que de alguna u otra forma, eso anunciaba nuestro fin. Anunciaba el fin de Rushville, anunciaba la muerte de todos y con ello también celebraba la ascensión de los dignos y herederos de la muerte.

—¿Por qué estado de emergencia si solo es un cuerpo?— preguntó Marina y eso me hizo volver a la realidad. Yo también me hacía la misma pregunta y sabía que más allá de eso había algo que obligaba al alguacil a actuar de esa forma, significaba que él estaba asustado porque el estado de emergencia nunca había sido declarado en Rushville. Nunca había importado tanto algo.

—No solo es por el cuerpo— murmuró Leila—, hay algo más.

  Los murmullos de la gente se habían expandido por todo el lugar. Ya nadie quería volver a entrar en la cafetería, solo querían marcharse a casa porque creían que ahí estarían a salvo y me habría gustado informarles que aquello era falso, pero necesitaban esperanza. Necesitaban sobrevivir un poco más.

—Hay que ir a casa de Arthur McAllen— nos recordó Ryan y todos nos apresuramos a entrar en el auto.

—¿Puedo ir con ustedes?— preguntó Marina y sabía que era mi turno de hablar.

—Tu viaje acaba aquí— dije con voz fuerte y todos me miraron sorprendidos—. Nuestros padres tienen una reunión en casa de los McAllen y no puedes ir. Ya te buscaremos mañana.

Ella solo abrió la boca para protestar, pero luego la cerró porque supuse que no tenía nada que decir. En algún momento se me había pasado por la mente decirle que se alejara de nosotros, pero había cambiado de opinión cuando había visto su rostro triste; no confiaba en ella, pero tampoco era tan mala persona para decirle groserías.

  Jeff encendió el auto y seguidamente nos marchamos rápidamente porque aunque la cena había acabado, necesitábamos llegar ahí para saber porqué era importante aquella reunión en acción de gracias.

  Giramos en la avenida principal y entramos en la calle que vivían los McAllen. La casa de Jeff estaba muy cerca de ahí porque ese era el lugar en el que vivían los que tenían algo más de dinero, aquella calle era una versión más simple de la calle Hill en donde solo se encontraba la mansión de los Wesson.

Nadie estaba vestido para una cena de acción de gracias. Mi abrigo seguía manchado de aquel líquido rojo y Leila llevaba los vaqueros bastante sucios y Ryan y Jeff llevaban chaquetas de cuero negras. No teníamos la mejor pinta, pero aquello no importaba porque faltaban al menos dos horas para la media noche.

Rushville ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora