26. Rompe corazones

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  Guardé el brazalete entre un montón de cajas en mi armario y volví a la cama. El recuerdo no dejaba de rondar mi cabeza y quería llamar a Cory, pero tenía miedo de que ya hubiera olvidado quién era yo, ya que gracias a mi había tenido que mentir toda su vida; me preguntaba si la culpa aún lo perseguía. Yo no pensaba en eso muy a menudo y tampoco me sentía culpable. A veces solo fingía tristeza cuando escuchaba a mis amigos hablar de Elle, pero sabia que no me importaba ni un poco, pero no podía darme el lujo de delatarme porque no quería ir a prisión.

  Marqué el número en el teléfono de la casa porque aún no había recuperado mi celular y sin pensarlo dos veces, llamé a Cory. Probablemente ya estaba dormido, pero necesitaba escuchar su voz. Alguna parte de mi lo extrañaba.

—¿Hola?— el sonido de su voz me hizo temblar y deseé finalizar la llamada rápidamente—. ¿Elizabeth eres tú?

—Cory…— dije en un susurro.

—¿Estás bien, Elizabeth?— parecía preocupado y no quería que se preocupara por mi, solo quería escuchar su voz.

—Te extraño…

Yo también te extraño, Elizabeth— su voz sonó cansada—, te he extrañado todo este tiempo.

—Lo siento, Cory— dije en un murmullo—. No quería meterte en problemas.

Fue hace cuatro años— me llevé una mano a la cabeza y la observé durante un segundo. No había sangre, no estaba loca—, es pasado.

—¿Tienes una vida allá?— pregunté. Quería cambiar el tema de conversación.

Por supuesto que si— dijo emocionado —, deberías venir a visitarme y podemos divertirnos un poco. Sal de Rushville y acepta la verdadera vida.

—Me parece buena idea— mentí. Era obvio que no tenía tiempo para esas cosas—. Fue lindo escucharte, ya me tengo que ir.

Descansa, hablaremos otro día.

  Finalicé la llamada y volví a meterme en la cama. No quería volver a ser la Elizabeth que no media las consecuencias de las cosas que hacía. No quería hacer que mis amigos guardaran los oscuros secretos que había creado en Rushville. No quería ser un monstruo.

[…]

  Cuando me desperté por la mañana me sentí diferente, pero no de la manera en la que las cosas han mejorado. Estaba diferente porque la parte oscura que dormía dentro de mi estaba llamando a la puerta y amenazaba con salir en cualquier momento.

  No tenía miedo por mi, temía por las personas que vivían a mi alrededor porque ellos no merecían lidiar con ningún otro asesino psicópata. Solo necesitaban que todos mejorara. Necesitaban paz.

—¿Viste mis pastillas?— pregunté sin mirarla. Mamá preparaba el desayuno y Holly se encontraba en su silla.

—¿Las necesitas?— me preguntó con preocupación.
—Eso creo.

—Necesito una nueva receta— susurró—. Hablaré con el señor Adams esta tarde.

—De acuerdo— susurré y me apresuré a tomar un poco de jugo de naranja. Holly ni siquiera se movía, solo nos observaba petrificada como si supiera el nivel de la situación en la que nos encontrábamos.

—Sobre lo del otro día, quería que supieras que yo…

—Olvídalo mamá— la interrumpí. No quería escuchar lo que tenía que decir. Solo quería volver a mi habitación para estudiar y luego visitar el bosque.

Rushville ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora