24. La pintura en la pared

678 94 16
                                    

Me cubrí el rostro con la sábana nuevamente y me giré hacia la puerta para que la claridad que se colaba por la ventana, no me molestara. Ni siquiera sabía a qué hora había regresado a casa y menos tenía idea de la hora que era. Sentía que había dormido siglos y todo me parecía una pesadilla.

Ojalá solo hubiera sido eso.

Estaba hambrienta, ya que no había probado ni un solo bocado desde el día anterior y si seguía sin comer probablemente acabaría teniendo náuseas y dolor de barriga.

No quería hablar con mamá y sabía que ella estaba ahí abajo esperando a que decidiera entablar alguna conversación con ella, pero estaba muy enfadada y sabía que le diría cosas horribles, es decir, Dylan y yo teníamos un hermano muerto y nuestros padres lo habían ocultado toda su vida y no me interesaba en lo más mínimo que el señor Arthur y ella hubieran estado enamorados, lo que me molestaba era que habían planeado una vida de mentiras y aunque sabía que mi padre era culpable del incendio, me sentía mal porque había vivido una gran mentira al creer que mi madre lo amaba.

  Me duché durante un largo rato y luego me vestí con vaqueros sencillos y un jersey azul. Esperaba que nevara pronto porque así era el clima de Rushville, pero no había señales de nieve, solo hacia un frío terrible y el cielo estaba oscuro, como si amenazara con llover pronto.

  Salté del techo de la planta de abajo y tomé mi bicicleta para marcharme a Olsen. Comería ahí y luego iría a casa de Leila para pedirle los apuntes de los exámenes; me sentía tranquila, no era la vieja Elizabeth otra vez, pero ya no veía fantasmas y la confesión de nuestros padres había hecho que mi modo neutro se extendiera por más tiempo.

No sentía nada.

—Ten lindo día, Jack— dije cuando crucé la puerta de la cafetería. Jack Olsen estaba llenado una taza de café y sonreía.

—Lindo día para ti también, Elizabeth— me tendió la taza de café y la tomé sin pensarlo dos veces porque lo necesitaba—¿Una hamburguesa con papas?

—Por favor— dije mientras le daba un sorbo a mi café y caminaba hacia el final en busca de un compartimiento vacío.

Él ya me conocía. Sabía que siempre pedía lo mismo y eso me recordó a las tardes que iba solo para leer libros de misterio o simplemente perder el tiempo porque no quería estar en casa. Estaba lejos de aquellos días, pero ahora tenía que concentrarme en los exámenes; tenía que aplicar para la universidad de Georgia, no podía perder más tiempo porque de lo contrario no aceptarían mi solicitud y no quería ir a otra universidad que no fuera esa.

—Hamburguesa con papas, listo— la voz de Marina me distrajo por completo de mis pensamientos y me detuve a mirarla. Estaba muy guapa aquel día. Su cabello rojizo estaba ondulado y sus ojos azules brillaban.
Parecía feliz.

—Oh gracias— murmuré y ella solo negó con la cabeza mientras sonreía. Parecía algo nerviosa y yo no entendía porqué si habíamos hablado varias veces.

—¿Quieres compañía? Mi turno ya acabó— dijo sonriendo y yo solo asentí lentamente porque realmente no quería estar sola. Extrañaba a mis amigos—¿Qué tal terminó acción de gracias? ¿Dónde están los demás?

—Supongo que en casa— murmuré sin mirarla. Ella en cambio no me quitaba los ojos de encima y eso me hacía sentir incómoda.

—Hoy nadie ha querido salir de casa— comentó con tranquilidad—, el estado de emergencia ha dejado en shock a todos. Solo tú y un par de personas más han venido hoy.

—Creí que tu padre cerraría— dije mientras comía de mi hamburguesa.

—Dice que Rushville no se ha visto afectado por un estado de emergencia real— agregó mientras se colocaba un mechón detrás de la oreja—. La gente no se ha vuelto loca. El estado de emergencia real hace que todos duden de su compañero y se encierran en sus burbujas porque creen estar a salvo ahí.

Rushville ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora