20. Besos secretos

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Jeff dejó la ropa sobre la cama y me miró. Sus ojos exigían una explicación e iba a dársela, pero necesitaba tiempo, tenía que arreglar todo. Necesitaba investigar más.
Le di un último sorbo a la bebida y me puse de pie lentamente y caminé hacia donde se encontraba sentado. Estaba tenso, podía verlo en su rostro y pensé que esa parte de él no la conocía, pero lucia muy atractivo, como siempre.

—¿Jeff?— susurré y él solo asintió, así que decidí continuar. Me senté sobre su regazo y enrollé mis piernas alrededor de su cintura, pensé que se alejaría, pero en cambio, colocó sus manos sobre mis muslos y los acarició lentamente.

—No sé que demonios te sucedió, pero me gusta esta versión de Elizabeth— susurró sobre mis labios y seguidamente lo besé. No era un beso como cualquier otro, era intenso y con deseo, pero sin embargo, no se comparaba nada al de Sebastián. Jeff Hardy era un experto besando y yo apenas lo estaba descubriendo.

  Sabía que algo no iba muy bien en mi, ya que si hubiera estado en mi sano juicio jamás habría besado a Jeff, pero algo me habían hecho esos fantasmas, ya que mi mente estaba descontrolada y eso era muy malo, ya que no sabía que errores podía cometer.

—¿Jeff, aún sigues aquí?— la voz de la madre de Jeff hizo que nuestros besos se volvieran más lentos, pero no separamos nuestros labios en ningún segundo. Jeff no quería hablar—. ¿Jeffrey estás ahí?

—Si, mamá, estoy aquí— dijo Jeff entre besos—. No iré a ninguna parte.

—Está bien, pero si sales me avisas.
  Escuché que se alejaba y me separé de Jeff lentamente. Necesitaba darme un baño y explicarle todo lo que iba a suceder después de aquello, era importante y él iba ayudarme.

  Traté de limpiar toda huella de la tierra que estaba en mi piel e intenté olvidar los gusanos sobre los que había estado acostada. No podía creer nada de lo que estaba sucediendo, no podía creer que había estado desaparecida durante dos días, pero lo que no podía hacer, era encontrar un excusa para mentirle a mamá sobre mi paradero y eso sin duda me asustaba un poco, ya que nunca había dicho una mentira de esa magnitud y sabía que el alguacil querría saber toda la historia y entre tantos ojos observándome, no podría mentir con naturalidad, pero tenía que intentarlo por el bien de todos.

  Me observé en el espejo por última vez y me apresuré a salir del cuarto de baño. Jeff estaba sentado nuevamente en el sillón y seguía bebiendo vodka en su vaso de vidrio. Tenía una pinta perfecta, su atuendo de chico malo era encantador.

—¿Ahora si vas a decirme que fue lo que te sucedió?— preguntó con expresión seria. Le contaría todo y confiaría en él.

—Me atrapó— susurré—. Es un tipo y al parecer se molestó porque me he involucrado mucho en sus asuntos.

—¿Qué? ¿Estas diciéndome que estuviste frente al asesino de Sussy y él solo se te dejó viva?— negó con la cabeza y se apresuró a sentarse al lado mío.

—Me dejó en uno de esos agujeros llenos de huesos y pretendía que muriera lentamente— dije con voz quebrada—. Jamás sentí la muerte tan cerca de mí y de no ser por Sussy estaría muerta.

—¿Sussy estaba contigo?

—Si y lo he visto todo— susurré—. El incendio en la casa hogar de Rushville fue ocasionado y el alguacil de aquel tiempo dejó libres a los culpables, al igual que dejaron escapar al tipo que ocasionó el tiroteo y al igual que dejaron que la chica muriera. El secuestrador de las niñas siempre estuvo en Rushville conviviendo con la gente y su estupidez no les permitió descubrir quién era.

—Significa que hay posibilidades de que las personas aún estén aquí— dijo en un susurro, asentí lentamente y él me miró preocupado. Lo había extrañado bastante—. ¿Qué vas a hacer ahora?

Rushville ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora