Experiencia.

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Fue tan extraño tener que ver a la rubia ingresar al interior del cuarto por un motivo que desconocía luego de darle la autorización, sintiendo cierto revoloteo de temor en el vientre.

—No te he despertado, ¿verdad? —negó con confianza, dando un espacio suficiente para que Rosalie se sentara a su costado.

—Estaba a por dormir, pero tengo tiempo.

—La verdad es que siempre tuve las ganas de hablar contigo pero, no encontraba el momento adecuado. Ahora que estás aquí, en calma, creí que era una buena idea. 

Asintió, esperando que continuara.

—Me sigo sintiendo mal por haber herido tus sentimientos en el pasado y no quiero hacerlo nuevamente. En serio lo siento.

—Creo que depende mucho, de todas maneras, agradezco que te disculpes conmigo. ¿Hay algo de lo que quieras decirme?

—Quiero darte un incentivo para que luches en mantener tu condición humana, aunque sé que todo esto es lo que menos deseas, pero te veo tan relajada que... a veces, pienso que no te molestaría ser uno de nosotros. 

Frunció el ceño, no era como lo sentía, pero podía estar dando una impresión diferente.

—¿Te ha dicho mi hermano lo que me condujo a esto?

Suavemente negó, o quizás era algo que no recordaba.

—¿Me permites contarte mi historia, Ella? Lastimosamente, no tiene un final feliz como me gustaría pero, ¿cuál de nuestra existencia lo tiene? 

Se quedó muda, a la espera de que empezara. Se mantuvo atenta, a la espera de que pudiera empezar. El hecho de que contara algo tan privado, era un indicio de confianza.

—Mi mundo fue igual que el tuyo, solo que más sencillo. Mil novecientos treinta y tres, dieciocho años, yo era guapa y toda mi vida era perfecta.

Aprovechó de mirar a un punto fijo, imaginándose la situación.

—Con mi familia éramos de clase media, mi padre tenía empleo estable en un banco y ahora comprendo que estaba muy pegado de sí mismo, ya que consideraba su prosperidad como resultado de su talento y el trabajo duro en vez de admitir el papel desempeñado por la fortuna. Yo lo tenía todo garantizado en aquel entonces y en mi casa parecía como si la Gran Depresión no era más que un rumor bastante molesto. Veía a los menesterosos, por supuesto, a los que no eran tan afortunados, pero me dejaron crecer con la sensación de que ellos mismos habían buscado sus problemas.

» La tarea de mi madre consistía en ser ama de casa, cuidar y atender tanto a mi como a mis dos pequeños hermanos, en ese mismo orden. Era evidente su favoritismo por mí, era su prioridad. Al principio no lo comprendí, pero tenía una vaga noción de que jamás estuvieron satisfechos con lo que tenían, incluso aunque poseyeran mucho, pero mucho más que el resto. Querían más, tenían aspiraciones sociales... creo que se podía considerárseles unos arribistas. Estimaban mi belleza como un regalo al cual le veían un potencial mayor que yo.

» No estaban para nada satisfechos, pero yo sí lo estaba. Amaba ser Rosalie Hale y me complacía que los hombres me miraran a donde quiera que fuera desde que cumplí los doce años, me encantaba que mis amigas suspiraran de envidia cada vez que tocaban mi cabello, que mi madre se enorgulleciera de mi y a mi padre le gustaba comprarme nuevos vestidos. Eso me hacía feliz.

» Sabía que quería de la vida y parecía que no existía obstáculo que lo impidiera, quería ser amada, adorada, celebrar una boda por lo alto, con la iglesia, llena de flores y caminar por el pasillo central del brazo de mi padre. Estaba bastante segura de ser la criatura más hermosa del mundo. No necesitaba despertar admiración tanto o más que respirar, Ella, era tonta, frívola pero, estaba satisfecha —vio la sonrisa divertida de la rubia—. La influencia de mis padres fue tal que también anhelaba cosas materiales de la vida.

SCEGLI. #3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora