May sacudió la cabeza con disgusto.
-Tenías que hacerlo, ¿verdad? Tenías que mencionar esa palabra. -susurró.
-¿Qué tiene de malo esa palabra? -preguntó Any.
-Nada -dijo Dulce.
-Bueno, dado que es tu última noche -replicó May, mientras torcía la boca-, no voy a discutir al respecto contigo -añadió. Entonces, volvió a levantar la copa-. Por los jugadores de hockey.
-Y por sus firmes traseros -terminó Any, antes de echarse a reír. Contagiada por la alegría de su amiga, Dulce siguió su ejemplo.
-Dios, sois patéticas -dijo May, aunque no pudo evitar esbozar una sonrisa-. Bueno, Dulce. Todavía no nos has dicho cómo se siente una cuando sólo le faltan ocho días para convertirse en una mujer casada.
-Probablemente genial -comentó Any-. Poncho está como un tren -añadió, lo que provocó que Dulce y May la miraran muy fijamente-. ¿Qué pasa? Pero si es verdad... ¿O no?
-Sí, claro que sí -afirmó Dulce-. Pero os podéis ir olvidando de ello si lo que queréis es que comparta con vosotras detalles íntimos sobre la anatomía de Poncho.
En realidad, no podía compartir ningún detalle, al menos de modo específico. Se tuvo que morder la lengua para no contarles a sus amigas lo que llevaba meses ocultándoles: al final de su primera cita, así, de repente, Poncho le había sugerido que no tuvieran relaciones sexuales.
Primero le había dicho que no quería ir demasiado deprisa. Entonces, después de que se comprometieran, hacía dos meses, le había dicho que era mejor que esperaran hasta la noche de bodas.
A ella le había resultado algo extraño. Su activa imaginación se había empezado a preguntar si él le ocultaba algo. ¿Cómo era posible que un hombre tan guapo pensara de aquel modo? Además, estaba el tema del tamaño. Se había encargado de comprobar este último punto lanzándole un ataque sorpresa después de cenar una noche en casa de su madre. Sonrió. El tamaño no era un problema, sino que lo había sido la escandalizada reacción de Poncho.
Su futuro marido parecía ser muy tradicional en lo que se refería a la mujer con la que se iba a casar. Se dijo que debía sentirse halagada. Sin embargo, una parte de su ser seguía pensando que aquella reacción era algo extraña, por no mencionar lo de increíblemente frustrante.
Ahí estaba. Esa era la razón de que sus hormonas anduvieran algo revueltas. Era lo más natural que quisiera hacer el amor con su prometido, con el hombre con el que pensaba pasar el resto de su vida...
Tragó saliva. El único problema era que, últimamente, parecía excitarla todo menos Poncho. Se encontraba en un estado de ardor tal que había pensado empezar a utilizar el vibrador que May le había regalado por su cumpleaños. Probablemente lo habría hecho si el maldito chisme no necesitara tantas pilas.
Mejor -replicó May-, porque yo no quiero escuchar nada al respecto. No. Sólo quiero saber cómo se siente una al estar a punto de convertirse en la señora de Alfonso Herrera III.
-En general, como novia, me siento bastante bien...
De hecho, muy bien. En algún momento del año pasado, había dejado de ignorar los incesantes discursos de su madre sobre la necesidad de que encontrase un buen partido antes de que no quedara ninguno, y había empezando a escucharla. Además, en vez de tirar las revistas para novias a las que Blanca Espinoza se había suscrito para enviárselas a su apartamento, Dulce había comenzando a hojearlas. Entonces, había conocido a Poncho en una fiesta y todo había encajado perfectamente. Algunas veces pensaba que demasiado perfectamente.
-Sin embargo, sé que no es a eso a lo que te refieres -añadió, mirando a May-. En, cuanto a eso, tengo que decirte que el hecho de que se trate de Alfonso Herrera no tiene nada que ver con que yo me sienta bien. Sería igual de feliz si se tratara de un camarero.
-¡Qué romántico! -comentó Any.
-Eso es una tontería -replicó May-. Cielo, los camareros no suelen ser solteros de oro durante tres años seguidos.
-Y lo mismo les pasa a los jugadores de hockey -replicó ella.
-Eso depende ... Te aseguro que algunos de esos tipos se llevan unos buenos sueldos.
-Mira, yo ya tengo novio -replicó Dulce, acercándose un poco más el bol de las patatas fritas-. ¿Te acuerdas? Y te aseguro que el dinero no tiene nada que ver al respecto.
Me caso por amor.
-Qué romántico -volvió a suspirar Any.
Dulce apoyó la mano en la barbilla y contempló a sus dos amigas.
-Gracias, chicas -dijo-. Ya sabéis, por hacer esto por mí. Yo... me estoy divirtiendo mucho.
-Lo que te pasa es que estás borracha -dijo May.
-Sí, eso también, pero lo que acabo de decir iba en serio.
-Te aseguro que acabamos de empezar, Dulce Espinoza -le aseguró May, mirándola con determinación. Era la mirada de una estupenda fiscal, aunque también la de una amiga chismosa-. Bueno, cuéntanos, Dulce. Dado que, dentro de ocho días, cuando estés delante del altar para ratificar tu compromiso con Poncho Herrera delante de Dios y de todo el mundo, terminarás con toda posibilidad de c.umplirla, dinos, ¿cuál es la fantasía sexual que más echarás de menos?
-Sí -afirmó Any-. Cuéntanos.
-¿Y si Poncho satisface todas mis fantasías sexuales? -replicó ella, rezando por que ese fuera el caso. Esperaba que, en la noche de bodas, Poncho se deshiciera de su conservador comportamiento y se transformara en un tigre en la cama.
-No, no. Venga, hablo en serio -insistió May.
Dulce bajó la mirada y se aclaró la garganta. Entonces, mintió.
-¿Y si os dijera que no tengo ninguna?
-Todo el mundo tiene una fantasía sexual, incluso Any. ¿A que sí, Any?
-Sí, claro -respondió esta-, pero no estamos hablando sobre mí. A mí todavía me queda mucho tiempo para cumplir las mías. Es Dulce la que se va a casar.
Dulce las miró fijamente. Nunca se había sentido muy cómoda hablando de temas íntimos. No podía decirles a sus amigas que todavía no se había acostado con Poncho.
-Veo que no me vais a dejar en paz, ¿verdad? - afirmó, dándose cuenta de la determinación de sus amigas.
-No.
-Bien, en ese caso... -dijo, resignándose al hecho de que posponer la respuesta sólo podría empeorar las cosas-. Muy bien. Mi fantasía sexual secreta es una noche de pasión con un hombre al que no conozco.
-Lo mismo me pasa a mí -replicó May.
-Y a mí -afirmó Any.
-¿De verdad?
-No estamos hablando de nosotras, sino de ti - le recordó May-. Creo que te puedes esforzar un poco más. Esa fantasía la tienen la mitad de las mujeres.
Dulce torció la boca y miró a su alrededor. De repente, la silueta de un hombre pareció surgir de ninguna parte. Tragó saliva. ¿Sería producto de su imaginación, con un poco de ayuda del tequila? La silueta se iba acercando más. Aunque no lograba distinguir el rostro, se dio cuenta de que aquel hombre tenía un cuerpo de ensueño. Alto, de anchos hombros, largas piernas, musculoso...
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Amante desconocido ***HOT***
Любовные романыDulce Espinoza siempre había tenido unas fantasías maravillosas. El problema era que esas fantasías jamás se habían acercado a la realidad... Hasta que se encontró a solas en un ascensor con el sexy Christopher Uckermann. Sin embargo, había otra cos...