Dulce hacía malabarismos con su maletín, con una taza grande de café y con una pequeña maceta de violetas africanas, que se había comprado el sábado, cuando se suponía que tenía que elegir la porcelana. En vez de eso, había decidido ir a un mercado al aire libre y se había sentido inmediatamente atraída por los vivos colores de las flores. Se había comprado aquella maceta pensando que quedaría muy bien encima de su escritorio.
Giró la llave y abrió la puerta de Lomax, Espinoza, Perroni y Puente,Abogados. Era lunes por la mañana. Habían pasado dos días desde que se despidió de Chris en la puerta de su habitación. No había habido promesas, ni lamentos, ni preguntas sin respuesta.
Cerró la puerta y, tras mirar hacia el escritorio de la secretaría, comprobó que Mona no había llegado todavía. Inmediatamente, se relajó un poco.
Había estado temiendo aparecer por el bufete evidenciándose en ella algo diferente, algo que la madura secretaria notara e identificara. Lo último que quería en aquellos momentos era que alguien la analizara, sobre todo no cuando le estaba costando entenderse a sí misma.
-Buenos días, señorita Espinoza -le dijo una voz, cuando entraba en el despacho que llevaba su nombre.
Dulce lanzó un grito y estuvo a punto de tirar la maceta al suelo. Entonces, se dio la vuelta y vio a Mona, que acababa de salir del despacho de May. La cincuentona entornó inmediatamente la mirada. Menuda normalidad demostraba al sobresaltarse de aquella manera por la primera voz que escuchaba.
-Buenos días, Mona -respondió ella, llamándola por su nombre de pila. Por mucho que hubiera insistido, no había conseguido que la secretaria dejara de tratarla de usted-. Has llegado muy temprano, ¿no?
-Yo iba a decir lo mismo sobre usted -comentó la mujer.
Dulce trató de encontrar algo que decir para desviar la atención de la mujer, pero fracasó miserablemente. En vez de eso, se centró en la maceta que llevaba en la mano. Luego, miró a la secretaria.
-Toma, son para ti.
-¿Para mí? -preguntó Mona, con el rostro iluminado por la sorpresa.
-Sí -respondió Dulce-. Estuve el sábado en un mercado y me parecieron muy bonitas. Creo que estarían preciosas sobre tu escritorio.
Mona volvió a entornar los ojos.Tenía una mirada que envidiaría cualquier fiscal, dado que haría ceder a cualquier testigo.
De repente, la puerta del despacho de Barry Lomax se abrió y este apareció en la puerta.
-Me parecía haber escuchado tu voz -dijo él - ¿Qué tal está mi niña esta mañana?
Dulce se relajó inmediatamente. Entonces, se dirigió hacia Barry para besarlo en la mejilla. Él había sido el responsable de que la joven optara por la abogacía y era la única razón de que May, Any y ella hubieran podido fundar su propio bufete. Con sesenta y siete años, debía haberse retirado hacía mucho tiempo, pero como no tenía hijos y sus antiguos socios se habían jubilado hacía mucho tiempo, había querido garantizar que todo por lo que había trabajado tanto no desapareciera con él. Cuando Dulce, May y Any se convirtieron en sus socias seis meses atrás, lo habían hecho con la condición de que el bufete siempre llevaría el nombre de Barry. A cambio, ellas habían recibido una buena cartera de clientes, una buena dirección en el centro de la ciudad y un estupendo ambiente de trabajo.
-¿Sabes una cosa? Creo que deberás tener cuidado con eso de «mi niña» de ahora en adelante. No queremos que nadie se haga ideas equivocadas.
-En realidad, eso que me dices me parece un incentivo mayor para seguir llamándote «mi niña» - replicó Barry, que se había divorciado tres veces-. Se me ocurren cosas mucho peores para que alguien pueda creer que hay algo de magreo entre estas pareces.
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Amante desconocido ***HOT***
RomansaDulce Espinoza siempre había tenido unas fantasías maravillosas. El problema era que esas fantasías jamás se habían acercado a la realidad... Hasta que se encontró a solas en un ascensor con el sexy Christopher Uckermann. Sin embargo, había otra cos...