Horas más tarde, Dulce estaba sentada en el sofá de su casa, aferrada a un cojín, mientras miraba un programa de televisión. En realidad, no le estaba prestando demasiada atención. La mayoría de las veces, entre ataque y ataque a la nevera, miraba la televisión sin ver nada.
Al ver lo que tenía encima de la mesa, parpadeó de asombro. Un cartón de helado vacío, con una cuchara de madera en su interior. Una caja de Donuts de chocolate, también vacía. Una bolsa de Doritos, que había decidido dejar por algo dulce y un tarro de mantequilla, que se había untado en media barra de pan.
Gruñó y se aferró un poco más al cojín. Había esperado distraerse atiborrándose de comida. Sólo había conseguido que su estómago se sintiera tan mal como el resto de su cuerpo.
Nada de lo que Barry le había dicho ni hecho durante el trayecto de vuelta había servido para animarla. A Dulce le habría gustado preguntarle por Trixie, pero le daba la sensación de que, cualquier cosa que pudiera haber habido entre ellos, estaba más que terminada.
Sin que pudiera evitarlo, le cayó una lágrima por la mejilla. Tenía que admitir que se había enamorado perdidamente de Chris. Si se paraba a pensarlo, aquel hecho debería hacer que se sintiera mucho mejor sobre todo lo que le había sucedido. Si no hubiera sentido nada, si su relación se hubiera basado sólo en el sexo, tendría algo de lo que preocuparse. No era la chica mala que había temido ser, sino sólo una mujer sencilla, que buscaba una relación sencilla. Amor, compromiso, buen sexo... Se frotó la nariz y sorbió un poco. Una de tres cosas no estaría mal.
¿Qué había esperado? ¿Que Chris se pusiera de rodillas y que le hubiera pedido matrimonio en el momento en que encontraron a Poncho?
De repente, alguien llamó a la puerta.
Dulce agarró el mando a distancia y bajó el volumen de la televisión.
Volvieron a tocar.
Se hundió un poco más en los cojines. Dado lo tarde que era, sólo podía tratarse de unas personas muy concretas: May y Any. Seguramente Barry las había llamado y ellas habían decidido ir a visitarla. Tal vez si fingía estar dormida, se marcharían.
Otra vez sonaron los golpes en la puerta, en aquella ocasión de un modo más insistente. Y después, sonó el timbre.
Dulce se cubrió las orejas con las manos, aunque estaba segura de que no le iba a servir de nada. Por fin, dejó los cojines a un lado y fue a abrir la puerta.
-Estoy bien, ¿por qué no se van a casa? Ya hablaremos de todo esto en...
Interrumpió sus palabras al ver unas largas y fuertes piernas, enfundadas en unos vaqueros, y unas botas camperas que le resultaban muy familiares. Más allá de la camisa de franela, estaba el rostro de Chris.
-Yo... Creía que serían May y Any -susurró ella.
-¿De verdad estás bien? -preguntó Chris, mirándola de arriba abajo.
-Eso depende de la definición de la palabra «bien».
-Me sirve con la normal.
No. En aquel caso, Dulce se sentía fatal.
-¿Puedo entrar? -añadió él.
-No creo que sea una buena idea -replicó Dulce.
No sólo se trababa de los envoltorios de comida vacíos que tenía sobre la mesa del salón. Su apartamento era su último bastión, el único lugar que tenía recuerdos de Chris.
-Te marchaste del rancho antes de que yo tuviera oportunidad de hablar contigo.
-¿Sí? ¿Y qué me habrías dicho? ¿«Lo siento», tal vez? «¿Adiós?».
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Amante desconocido ***HOT***
RomansaDulce Espinoza siempre había tenido unas fantasías maravillosas. El problema era que esas fantasías jamás se habían acercado a la realidad... Hasta que se encontró a solas en un ascensor con el sexy Christopher Uckermann. Sin embargo, había otra cos...