-Me siento como si terminara de correr una maratón, para encima acabar con el baño de alquitrán -dijo Dulce, mirándose la camisa y los pantalones cortos, que estaban completamente estropeados. Trató de arrancar un trozo de tela, pero le dolió.
Chris desvió el vehículo de la carretera y lo hizo avanzar por el sendero que llevaba a su casa. Dulce se quedó asombrada al contemplar las vistas, que eran espectaculares. Se trataba de un rancho de adobe, de una sola planta, que se situaba en lo alto de un otero y se fundía perfectamente con el paisaje. Lo rodeaban varios edificios más pequeños, que seguramente serían los establos y el granero. A aquella hora del día, el calor era tan fuerte que no se movía nada.
Chris detuvo el todoterreno y salió del vehículo. Dulce hizo lo mismo, tratando de no perder detalle mientras caminaba. Chris parecía encajar perfectamente en aquel duro paisaje. Su modo de vestir, de caminar... Hasta la cinta de cuero de su cabello.
Enseguida llegaron a la casa. Él abrió la puerta y la invitó a entrar. La temperatura era mucho más fresca en el interior, que estaba decorado con alfombras y cerámica indias.
-El cuarto de baño está al fondo del pasillo a la derecha -dijo él-. Dúchate si quieres.
-¿Dónde vas a estar tú?
-Yo me ducharé en el barracón. Así me podré poner al día con los jornaleros. Me reuniré contigo en la cocina cuando haya terminado.
Media hora más tarde, Dulce estaba en la ducha, frotándose la piel para quitarse el alquitrán y el polvo del desierto. Resultaba muy extraño estar completamente desnuda en la casa de Chris. Después de que él se hubiera marchado, se había tomado su tiempo en inspeccionar la casa. Había visto muchas fotos de indios, que suponía que eran la familia de Chris. No se notaba por ningún lado nada que indicara una presencia femenina
Resultaba extraño, pero sólo llevaba unos pocos minutos en el rancho de Chris y se sentía más a gusto que cuando iba a la casa de Poncho...
Apartó rápidamente aquellos pensamientos de la cabeza y se concentró en frotarse el cuerpo con fuerza.
Una vez más, pensó que nunca se había duchado en casa de May o de Any, y, sin embargo, se sentía como en su casa en la de Chris. ¿Qué significaría aquello?
«Nada». No significaba nada. En los últimos días, nada había sido normal en su vida, lo que significaba que sus reacciones no eran las habituales.
De repente, la cortina de la ducha se abrió. Dulce lanzó un grito y se volvió para ver el rostro de una mujer muy anciana y muy menuda, que la miraba con aire acusador.
-¿Tú eres Dulce? -le preguntó.
-Sí... sí. Soy Dulce...
La mujer la miró con diversión. Entonces, volvió a correr la cortina con la misma rapidez que la había abierto. Dulce se derrumbó contra la pared. ¿A qué había venido aquello? Algo le decía que aquella mujer era Esmerelda, a quien Chris había mencionado. Automáticamente había dado por sentado que la ama de llaves sería una latina joven y de impresionante cuerpo. En vez de eso, se trataba de una menuda y delgada india, que llevaba un chándal de lamé dorado.
Con rápidos movimientos, terminó de enjuagarse y cerró el grifo. Entonces, la cortina volvió a abrirse y la mujer le entregó una gruesa toalla de algodón. Dulce se cubrió con la cortina de la ducha y agarró rápidamente la toalla.
-Gracias.
-Fuera.
-Pero...
-Fuera
Dulce tragó saliva. Nunca antes había estado completamente desnuda delante de una mujer, a excepción de su madre. Salió de la ducha con mucho cuidado, cubriéndose como podía.
Entonces, la mujer extendió las manos y comenzó a frotarla con la toalla, para secarla. Dulce se quedó atónita. ¿Sería aquella una costumbre india?
La anciana le levantó los pechos para secárselos y emitió un sonido que pareció ser de aprobación. Entonces, la mujer se dispuso a hacerle lo mismo entre las piernas, pero Dulce apretó los muslos.
-Eso lo puedo hacer yo....
La mujer no ocultó que la estaba examinando. De repente, una sonrisa le iluminó el rostro y pareció llegar a una conclusión que Dulce sólo pudo adivinar. Se sentía como un caballo al que se le acababa de dar el título de purasangre.
-Gracias por su ayuda. Creo que ahora seguiré yo -dijo Dulce, mientras se cubría con la toalla. Entonces, abrió la puerta y se encontró a Chris al otro lado, a punto de llamar.
-¿Todo bien?
Dulce consideró las posibilidades. O hacía más el ridículo obligando a Esmerelda a marcharse del cuarto de baño o aceptaba la curiosidad de la mujer.
Volvió a cerrar la puerta.
Resultaba muy extraño hacer algo tan íntimo delante de una desconocida, aunque la experiencia le resultó liberadora. Siempre, hasta en el colegio, le había costado desnudarse o ducharse delante de las otras chicas.
Cuando terminó de secarse, buscó la ropa que se había quitado. Ya no estaba. Esmerelda le entregó un vestido de seda muy corto. Demasiado.
-¿Dónde está mi ropa?
-En la basura.
Con un suspiro, dejó caer la toalla y se mostró tan orgullosa como pudo mientras Esmerelda la vestía. Una vez más, le daba la sensación de que la mujer la estaba examinando.
Por fin, le ciñó el cinturón. Cuando se dio la vuelta para mirar a la mujer, esta le colocó la mano sobre el vientre y dijo:
-Una buena hembra.
Dulce estuvo a punto de atragantarse. Antes de que pudiera responder, Esmerelda abrió la puerta y se marchó.
Dulce se asomó al pasillo, pero no vio a Chris ni a la mujer. Rápidamente, se metió en el primer dormitorio que encontró. Registró rápidamente los cajones, lo que le reportó unos pantalones de chándal, que se remangó, y una camiseta que la cubría mucho mejor que el sencillo vestido.
Entonces, se dejó caer sobre el colchón. Por el amor de Dios. Si aquello era lo que tenían que soportar las mujeres que Chris se llevaba a casa, no le extrañaba que siguiera soltero.
Dulce sentía que la había tratado como a un animal, pero, al mismo tiempo, una pequeña parte de su ser se enorgullecía de haber pasado la prueba, fuera ésta cual fuera.
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Amante desconocido ***HOT***
RomansaDulce Espinoza siempre había tenido unas fantasías maravillosas. El problema era que esas fantasías jamás se habían acercado a la realidad... Hasta que se encontró a solas en un ascensor con el sexy Christopher Uckermann. Sin embargo, había otra cos...