capitulo 7

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-¿Estás loca? -le preguntó Dulce a May, mientras se echaba un poco de agua fría por la cara. Se sentía nerviosa, aturdida y completamente sobria.

-En realidad -respondió May, tras retocarse el lápiz de labios-, yo me estaba haciendo la misma pregunta sobre ti.

-Por el amor de Dios -replicó Dulce, mientras sacaba una toallita de papel tras otra del dispensador-, no puedes estar sugiriendo lo que creo que estás sugiriendo -añadió, mientras se secaba la cara.

-¿El qué? ¿Que pases tu última noche de soltera en brazos de un completo desconocido? -comentó May, con una sonrisa en los labios-. Por supuesto.

Se oyó que alguien tiraba de la cadena en uno de los retretes. Entonces, se abrió la puerta del último de los compartimentos y salió Any para dirigirse al lavabo que había al lado del de Dulce.

-Pensándolo bien, no creo que fuera una buena idea -dijo la joven.

-Gracias, Any -le agradeció Dulce, aliviada-. Al menos alguien muestra algo de sentido común.

Él había hablado con no menos de cuatro mujeres en el transcurso de la noche y había bailado con otras dos, aunque, para alivio de Dulce, no había invitado a ninguna a sentarse con él a su mesa. Como si presintiera la atención que ella le estaba prestando, él había dirigido una mirada en su dirección y entonces había llevado a la mujer a la pista de baile. La joven sintió una extraña sensación cuando vio cómo él acariciaba la espalda de la mujer y la estrechaba contra su cuerpo, a pesar de que no dejaba de mirarla a ella...

«No seas tan puritana, Any», solía decir May a la rubia, «por supuesto que está bien llevar juguetes sexuales a la cama matrimonial».

Dulce se obligó a prestar más atención a sus amigas y menos al hombre que estaba tocando a otra mujer, aunque parecía sugerir que preferiría estar tocándola a ella.

Any estaba jugueteando con un collar de perro rodeado de pinchos.

-Pero es que hay juguetes sexuales... y hay instrumentos de tortura.

-¿Quieres decir que hay una diferencia? -preguntó May, con una sonrisa.

 -Eso depende.

-¿De qué?

-De si estás pensando en devolverlos tú misma.

-Dime que has comprado todo esto por Internet.

-No. Hay una pequeña tienda en el centro de la ciudad que sé que te va a encantar.

-No lo creo -replicó Dulce, mientras le quitaba el collar de perro a Any.

-¿Para que es esto? -quiso saber Any, sacando una versión en miniatura del collar de perro, de sólo unos tres centímetros de diámetro.

-Déjalo -replicó Dulce, agarrándolo también y metiéndolo en la bolsa con los demás.

Dulce se sorprendió acariciando suavemente la delicada tela del camisón. Entonces, volvió a cerrar la caja.

-Espero que tengas recibo para esto, May -le dijo a su amiga, indicando los objetos que parecían crueles hasta para una mascota.

-Sin embargo -añadió la rubia, mientras se miraba en el espejo-, tienes que admitir que ese tipo resultaba de lo más... tentador.

-Parecía tener rasgos indios -comentó May. Dulce se volvió a mirarla muy fijamente-. ¿Qué pasa ahora? ¿Acaso no parecía indio, Any? -añadió. La aludida asintió-. No completamente, pero tenía algunos rasgos del apasionado indio norteamericano que parecía haber en sus genes.

Amante desconocido  ***HOT***Donde viven las historias. Descúbrelo ahora