-¿Dulce? -dijo Any, a través de la madera-. ¿Estás llorando?
La boca de Chris se detuvo, aunque sin separarse de la delicada carne de ella. Dulce abrió los ojos y miró atónita el rostro de él. Inmediatamente, boca y dedo se separaron de ella, la falda se bajó y Chris se puso de pie.
-Espera -susurró, mientras la ayudaba a mantener cerrada la puerta. Entonces, la besó profunda y apasionadamente, con la promesa de que lo que habían empezado no se había terminado todavía.
Dulce vio cómo se escondía en el último de los compartimentos y cerraba la puerta. Inmediatamente, las botas desaparecieron de la vista.
A continuación, ella respiró profundamente para tranquilizarse y abrió la puerta. Any entró enseguida.
-Siento entrometerme. Sé que, probablemente, en estos momentos necesitas tiempo para estar a solas, pero tenía que utilizar el aseo.
Dulce agarró a su amiga del brazo y trató de llevarla hacia la puerta.
-Creo que deberíamos regresar.
-Sólo tardaré un segundo -replicó Any, frunciendo el ceño.
Se dirigió hacia el primero de los compartimentos. Cuando se metió en él, Dulce estuvo a punto de gritar cuando la cabeza de Chris apareció por encima de la pared del último. Le dedicó una sonrisa llena de picardía y volvió a desaparecer cuando Any tiró de la cadena y salió.
-Ya está. ¿Contenta? -le preguntó Any.
Dulce trató de respirar mientras su amiga se lavaba las manos. Después la sacó de allí cuando la joven todavía no había terminado de secarse las manos. Cuando estaban casi en la sala de conferencias se dio cuenta de que no llevaba bragas...
Durante las décadas que Chris y Poncho habían sido amigos, el primero nunca había envidiado nada de lo que tenía el segundo. Al menos hasta aquellos momentos, mientras frotaba la sedosa tela de las braguitas de Dulce.
Tal y como él lo veía, la vida solía compensar las diferencias. Poncho tenía unos tremendos recursos económicos, pero era pobre en lo que se refería a la riqueza emocional. Helena Herrera era tan gélida como un glaciar, lo mismo que lo había sido el padre de Poncho, antes de su muerte.
Chris no había conocido a su padre, que era blanco, pero, por muy difícil que hubieran estado las cosas, su madre, su abuela y sus tíos se habían ocupado de que a él no le faltara de nada. Se enorgullecía mucho de su sangre Hopi, aunque no participara de modo oficial en la comunidad.
Se metió las braguitas en el bolsillo, junto a la nota de Poncho. Casi no abultaban nada, al contrario que ciertas partes de su anatomía, que se ponían en estado de alerta cuando Dulce Espinoza andaba cerca.
¿Qué tenía aquella mujer que no pedía mantener las manos alejadas de ella? Incluso después de saber el vínculo que la unía con su mejor amigo, y la desaparición del mismo, se había sentido obsesionado por volver a poseerla. Se había abalanzado sobre ella como un hombre hambriento, buscando con ansia la comida que sólo ella podía ofrecerle. Nada podía explicar la química que parecía haber entre ellos, ni siquiera el hecho de que Dulce debiera ser fruto prohibido para él.
Como hombre que se enorgulleciera de su autocontrol en lo que se refería al sexo opuesto, lo perdía todo en lo que se refería a Dulce, tanto que se había arriesgado a que alguien los descubriera en el cuarto de baño de señoras, incluso Helena Herrera. La madre de su amigo nunca había sentido simpatía por él. Hasta había hecho todo lo posible por impedir que colaborara en la búsqueda de Poncho.
Era precisamente en su amigo en quien debería estar centrándose en aquellos instantes. Poncho, su amigo, estaba desaparecido. Lo último que debería estar haciendo era andar detrás de Dulce, especialmente cuando sabía su verdadera identidad.
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Amante desconocido ***HOT***
RomanceDulce Espinoza siempre había tenido unas fantasías maravillosas. El problema era que esas fantasías jamás se habían acercado a la realidad... Hasta que se encontró a solas en un ascensor con el sexy Christopher Uckermann. Sin embargo, había otra cos...