Capítulo XXXVI

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Iba a morir de nervios en ese instante, no podía creer que ahora fuera yo quien no podía tocar la puerta, pensé mucho en mis primeras palabras.

Casi me muero de un ataque cardíaco cuando Alexis abrió esa puerta de golpe, y no solo de un infarto, porque me dio un gran golpe en la cara, ya que la entrada va hacia afuera.

Empezamos a reírnos y luego entré, me dijo que tenía la frente roja, entonces me pasó un poco de crema para aliviar el dolor y aprovechando todo le conté sobre el viaje.

Él también se negó cuando se lo mencioné la primera vez, pues también trabajo, pero ya había invitado a los demás, solo faltaba él y de verdad quería que fuera.

—¿Entonces sigues trabajando en un café? —le pregunté tomando del chocolate que preparó.

—Ya no, decidí que dejaré de estudiar, así que ahora estoy trabajando como vigilante en un almacén, trabajo en las noches, son diez hermosas horas de trabajo.

—Yo también dejaré de estudiar, no me gusta esa carrera, ¿Pero tú? ¿En serio tomaste esa decisión? ¿Lo has pensado bien? Además, eres demasiado delgado para ese trabajo.

—Que cruel eres, hasta ahora he hecho bien mi trabajo, además como te dije, bueno, como le dije a Adriana, nunca tuve la necesidad de trabajar y estudiar al mismo tiempo, por lo que mi agenda queda muy apretada.

—Ya veo —me paré para dejar la taza en la cocina, la lavé y me dirigí a mi puesto—. Con respecto a nuestro viaje, ¿No te tomarás unas vacaciones?

—¿En serio? Empecé hace poco, debo trabajar un año para tener derecho a unas vacaciones.

Propuse varias opciones y hubo una que le gustó, él mismo buscaría un reemplazo, así él podría dejar de trabajar en esos días, aunque no me aseguró nada.

Salí de ahí con un golpe en la frente y una sonrisa triunfante, porque convencí a todos, estaba convencida de que irían, después de todo era un fin de semana.

Me dirigí a mi casa para sacar dinero que se gastaría en los regalos que les compraría a mis padres.

Había olvidado lo difícil que es comprar regalos para una persona, busqué por todo el centro, todas las tiendas de la ciudad fueron visitadas por mí, encontrando el regalo perfecto; es horrible, no podía comprar algo que a mí me pareciera lindo, ya que no es para mí, pero tampoco podía buscar algo que no me gustase, porque seguramente tampoco les gustarían a mis papás.

Al final le compré un abrigo a mi madre y una camisa a mi papá, eran regalos demasiado sencillos, pero no encontré más y no volvería a gastar más de cuatro horas en busca de regalos para mis viejos.

Había una razón para lo que hice, me perdí varios de sus cumpleaños, ni siquiera les había llegado unas felicitaciones de mi parte y aun así ellos llamaban y enviaban mensajes a Adriana en mi cumpleaños, sus números telefónicos no podría olvidarlos.

Ese fin de semana llegó antes de lo esperado, el tiempo se había pasado volando y empecé a sentir nervios. Recogí mis maletas, me dirigí a la casa de Diana, ya que ahí estaban la mayoría, solo faltábamos Alexis y yo.

No lo sabía, pero íbamos a ir en el carro del hermano de Laura, tampoco sabía que tenían auto, pero fuimos muy afortunados de que así fuera.

Cantamos en el camino y aunque llovió no nos cayó ni una sola gota de agua, Laura se sentó al lado de Fabián, que iba manejando, yo me senté en la ventana izquierda y al lado de Diana, junto a ella se encontraba Alexis.

Al fin habíamos llegado, todos empezaban a arrepentirse del viaje, no conocían a mis papás y aun así estaban por visitarlos. Yo, en cambio, tenía todo planeado para que fuera una sorpresa, ellos no sabían nada de la visita y los regalos que tenía para ellos. Cuando llegamos al pueblo caí en cuenta que no recordaba en qué lugar vivían, tuve que llamar a mis padres para que nos dieran la dirección de la casa.

Nos bajamos en el lugar que nos habían dado, Fabián era bastante bueno con las direcciones y le entendió a mi papá. Estando frente a la casa ninguno quería entrar, tuve que tomar la iniciativa de hacerlo, mi mamá abrió, estiró los brazos saludándome con un gran abrazo y un beso en la frente, le señalé a los demás y ella salió a saludar del mismo modo a cada uno. La única que no me miró pidiendo ayuda fue Diana, que le devolvió el abrazo con una sonrisa, como si fueran amigas de hace tiempo.

Me llené de un poco de nostalgia al ver la sala con los mismos muebles negros con rojo que tenían desde hace tiempo, el olor hogareño que pasaba en los alrededores y mí bello padre sentado en su vieja mecedora que usaba en las tardes.

Corrí a saludarlo y él me recogió es sus brazos; algo que extrañaba de mi padre era el olor de su perfume cada vez que estaba a su lado.

Cuando todos nos habíamos acomodado Diana y mi madre conversaron; Fabián, Alexis y mi papá hicieron lo mismo, mientras que Laura y yo solo escuchábamos, seguía sorprendida de haberla invitado, ni siquiera había una razón especial.

Luego todos empezaron a conversar y esa buena vibra terminó cuando, por alguna razón, todos tocaron el tema de mi trastorno, no me di cuenta desde qué momento yo empecé a ser el tema más interesante para conversar.

Mi madre estaba incómoda y mi padre se había enojado de que mi mamá estuviera de ese modo, así que se levantó de la silla y se fue para su cuarto, era un mal hábito que tenía, pero lo hacía porque no le gustaba pelearse con las personas y menos si eran invitados. Mi mamá quiso alivianar el ambiente cambiando de tema para dejar de sentirse apenada de sus actos del pasado, invitó a todos a la cocina y ya que todos estaban del mismo modo la siguieron.

Yo no los seguí, solo me quedé pensando en lo distraída que era al no darme cuenta que iban hablar sobre mí, aun estando en el mismo lugar. No pasaron ni quince minutos y ya me había cansado de estar sentada sola, mi única opción era ir hacia donde estaban todos, mi padre seguía encerrado.

Estaba por llegar al corredor que llevaba a la cocina, el eco que hacía la voz de mi mamá la podía escuchar desde ahí, entonces me detuve, me daba vergüenza entrar de la nada y que todos me observaran.

—Su trastorno es culpa mía, yo la maltrataba demasiado, solo porque quería que ella fuera perfecta... Si se piensa bien, yo, sin quererlo, la iba a convertir en una muñeca de alma vacía, "No puedes caerte", "No puedes jugar", no sé qué pensaba prohibiendo que ella hiciera cosas de niños.

Una conversación que no tuvo nada de malo, una mujer arrepentida de sus actos que contó todo el daño que ocasionó, pero, igual, me dolió que Alexis estuvo escuchando todo, es una estupidez, pero no quería que él se enterara, no sé por qué, pero me sentía mal y por alguna razón avergonzada.

Una conversación que no tuvo nada de malo, una mujer arrepentida de sus actos que contó todo el daño que ocasionó, pero, igual, me dolió que Alexis estuvo escuchando todo, es una estupidez, pero no quería que él se enterara, no sé por qué, pero me...

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