CAP. XVI, PARTE II; "Trote lento".
𝗣𝗘𝗥𝗟𝗔 𝗔𝗗𝗔𝗠𝗦.
La epinefrina bombardeo mi sistema circulatorio, y me ayudó a ponerme de pie de un salto.
Pero dudo que esa hormona logré sacarme alas, para huir volando, porque no veo otra forma de escapar de todos estos animales.
—Por favor... —soy lo único que salió de mis labios, y que se me ocurrió decir.
Un lobo, absurdamente grande, —¿Es que todos los animales toman esteroides? ¿O mi metro sesenta es obsoleto? —, gruñó sobre mi abdomen. Mi miedo se borró un poco, cuando el lobo agrego:
—Mátame... Por favor... —. Su voz fue arrastrada, y muy quebrada.
Siente dolor, y mucho. De su mirada, vacía, y perdida, nació una solitaria lágrima.
Aunque aún percibo agresividad, y ganas de arrastrarme por el suelo del cuello como un zorro haría con la gallina que acaba de robar, varios de los animales, o sueltan quejidos, o me hablan, diciendo que por favor, los mate de una vez.
—Ella los obliga... —masculle, dejándome llevar por la empatía.
Y ese fue mi error, estiré mi mano, queriendo darle al lobo una caricia afectiva, pero casi me arranca la mano.
Me acaba de salvar una pequeña, pero hermosa señorita con alas escarchadas en tono invernales.
—¡Nosotros los entretendremos! —, aseguró la señorita, con su melodiosa voz, que es bastante autoritaria a la vez.
Mire el alrededor, y millones de alitas se esparcen por la zona.
—Ellos... Ellos...
Tartamudeó, intentando explicar lo que note de ellos, pero varias señoritas niegan con la cabeza.
—Para nuestros hermanos del bosque... Ya nada los puede salvar... Están más cerca de la calidez que les brinda la muerte a los bienaventurados, que, a las emociones cambiantes, como las estaciones, que nos indican, que aún tenemos un lugar en este mundo.
Nada los puede ayudar, y eso me enfada, me enfada que esa ninfa, por la razón que sea, lastimó, y siga lastimando a estas pobres criaturas.
—Ahora vaya, señorita, y ayude a que el bosque vuelva a tener paz —agrega otra señorita, tomando mi mano, y tirando de ella —las hadas polillas ya no están, nosotras, las señoritas del invierno, ya no tenemos que temer.
Le sonreí cálidamente a la señorita: —gracias, son realmente hermosas, y sumamente valientes.
Fue lo único que les dije, y corrí, notando como varias entretenían lo suficiente a los animales como para abrirme una brecha.
Tristemente, en mi camino de escape, note como varias señoritas eran capaces de congelar por completo a un oso, y a varios lobos los atravesaron como si nada.
Espero que la muerte les regale un pacífico descanso.
❄️❄️❄️
El cansancio se volvió a apoderar de mí, pero está vez, no me deje vencer por él, o mejor dicho, la imagen frente mis ojos no me lo permitió.
He llegado al lago... Y...
—¿Alma? —. Murmuré, sorprendida.
No lleva puesto más que la ropa interior, y todo su cuerpo tiene algo parecido a tatuajes, pero estos tatuajes palpitan como venas.
Sus ojos están abiertos, pero mira hacia el cielo, y sus brazos están extendidos hacia cada lado, aunque más me sorprende, que flote de pie, sobre el agua.
Di unos pasos hacia el lago, y mis zapatos se empaparon.
—El agua está... —un escalofrío me recorrió, está malditamente fría.
—Así que mis bestias se han entretenido con otra cosa —voceo una voz a mi espalda, más fría que el agua del lago.
Me giré sobre mi eje, para verle.
Su piel parece la encalada nieve de invierno, y sus ojos azules me recuerdan a los de Ayxel. Su cabello es muy largo, como dos veces del tamaño de su cuerpo, y muy oscuro, su vestido, igual de blanco que ella, me recuerda mucho al icónico de Marilyn Monroe.
—¿Mandaste a esas pobres criaturas a matarme?
Chasqueo la lengua, y movió su mano izquierda, restándole importancia: —necesito que el celestino que los custodia a ti, y a mi señor, aparezca.
Supongo que cuando habla de «Su señor» se refiere a Ayxel.
—¿Y para qué quieres eso? —cuestiono, mientras ella comienza a dar vueltas a mi alrededor. Siento que me hace una radiografía.
—Necesito su sangre —simplifica, restándole importancia.
—¿Sangre?
Me vino a la cabeza los animales que deje atrás, y pude unir con claridad los clavos, también recordando una de las visiones de Ayxel.
—¿Le has robado la sangre para Ayxel?
Mi pregunta hace que se carcajee, como si le hubiera contado la crema y nata de los chistes.
—¡Pues claro! ¿Para qué más seria? —abrí los labios para responder, pero su fémina mano cubrió mi boca.
Un helado chispazo invadió mi boca, y mejillas. Los dientes me tiritaron. Dejó su cara muy, pero muy cerca de la mía, y sus ojos azules ayudaron a que sintiera aún más frío.
—Como esas andrajosas criaturas inútiles no me ayudaron a buscar a tu celestino... —siseo, con malicia —lo tendré que hacer yo...
Se me subieron los cojones a la garganta.
Con esa sola mano, logro levantarme. Mis pies bailan, por la falta de estabilidad, y mis ojos olivas no se despegaron de la mirada contraría.
—Que venga tu ángel y te saque del fondo del río... O mejor, que te termines de morir ahí, y dejes de ser un estorbo.
Sentenció, y sin más, me lanzó. Apretó los ojos, esperando el contactó en el agua. Pero, algo aún más sorprendente me recibió en sus brazos.
—No soy un ángel, pero te caí del cielo, como diría el refrán —aseguro una voz femenina.
Abro los ojos de un salto, y encuentro una linda y amistosa sonrisa, por parte de una pelirroja.
—Creo que hoy estoy agotando mi buena suerte —masculló, mientras ella me deja en el piso. Ha logrado agarrarme en el aire, y dejarnos en la orilla contraria.
—En las apuestas hay suerte, en estas situaciones es que nadie arriba quiere que hoy estires la pata —sonrió.
Solté un suspiro, pero como ya estoy comenzando a aprender, bajar la guardia es malo.
Una bola de hielo empuja a la pelirroja. No cae muy lejos, pero sí que le saco el aire.
—Me encantaría hablar más contigo... —musita, y sus ojos negros, se vuelven incandescentes rubis —pero tengo trabajo que hacer —asentí: —¡Elisabeth! ¡Te dejo a la chica en el lago! —me mira —y a ti, sacar al chico de la crisálida.
No dijo más, y sólo percibí un relámpago rojo.
Me repongo con rapidez, y busco la crisálida, pero no la veo por ningún lado, pero si veo a una chica rubia, de ojos claros, caminar sobre el agua, y acercarse a Alma.
Supongo que ella es a la que J me pidió encontrar, pero no pude.
La rubia extiende una estela azulada, que nace de sus palmas, alrededor de Alma. Alma la mira, y asiente a algo que le dice, pero tiene la mirada perdida. Toma la mano de la chica, y se disponen a alejarse.
Noto que el corazón me duele, como si tuviera algo clavado. Una visión borrosa de Ayxel vuelve a aparecer.
Esta vez no es para nada clara, pero sí lo suficientemente entendible a nivel de mis sentidos.
Mire a la rubia: —¡Le está robando su energía! —desgañito —¡Si te llevas a Alma, Ayxel muere!
La rubia se tuvo, y me miró, sin saber qué hacer. Para nuestra desgracia, la pelirroja, y la ninfa, se estampan mutuamente en el agua. Todo el lago se agita. La mirada perdida de Alma desaparece, y todo su cuerpo se desploma.
La rubia actúa con rapidez, intentando sostenerla, pero no tiene la fuerza necesaria.
—Aducción... —murmuró a mi lado un hombre.
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Beloverd The Celestino.
FantasyPerla no conoce a Ayxel. Ayxel no conoce a Perla pero, por alguna rara razón, ambos se extrañan. Destino, promesa y un atroz intercambio de cuerpos ¿Que mejor mezcla para el desastre y la magia?
