CAP. V; "Le temo a lo desconocido".
𝗔𝗬𝗫𝗘𝗟 𝗔. 𝗚𝗔𝗟𝗘𝗦.
Mi pecho desea tan profundamente estallar de dolor. Quiero dejar de sentirme tan solo, perder, olvidar, dejar enterrado tan lejanamente esto que siento. Anhelo tan suciamente buenos sentimientos, cariño, comprensión, que todo lo malo se esfume, pero caigo, caigo en un asqueroso agujero que cada vez que puede me ilusiona con luz, y se ríe en mi cara con descaro, recordándome... ¿De verdad importa? ¿Qué tanto importa?
Me siento solo, como si le debiera y me debiera algo la vida, como si hubiera abandonado a alguien especial, como si hubiera fallado y fallado, una y otra, y otra vez.
Maldita desesperación. Malditos sentimientos, ¿Por qué debe doler tanto? ¿Por qué no entiendo qué es aquello que se supone que amo?
—No me mientas... —solloza una voz femenina.
La oscuridad se disipa, como un recuerdo de película, una gran luz blanca me cega momentáneamente, y al mermar la luz, un nuevo escenario hace presencia.
Los colores son apagados, el aire huele a lluvia, y creo que pólvora.
—¡Que no me mientas te he dicho! —desgaña con dolor la voz femenina. Mis ojos viajan a su dirección.
En el umbral de la puerta una pelinegra tiene entre sus manos la chaqueta de un hombre mucho más alto que ella. El hombre lleva puesto un uniforme militar.
—Helen... —Murmura el desconocido, notoriamente afligido.
—¡El me prometió volver! ¡Él debe volver! —insiste desesperada, llorando, mostrando sin pena alguna su dolor, el gran peso de su corazón.
—Está perdido en combate... Es casi imposible que este vi...—ella lo suelta, callándolo al instante. Su mirada va al piso, que se mancha con sus lágrimas.
Sus manos temblorosas viajan a sus hombros, abrazándose a ella misma.
—Siempre me dejas... Deja de abandonarme... —escucho que murmura.
Lentamente me acerco a la ajena escena, la chica no solo es pelinegra, tiene los ojos olivas, y piel pálida, como la gitana.
Podía sentir su dolor tan propio, tan compatible conmigo, y me llenaba de culpa.
La vi quedarse sola, sentarse en el piso y gritarle al cielo que le dejara de romper el corazón. Que la dejara descansar.
Aunque ella no me sintiera, aunque no supiera de mi presencia, la abrace, porque sentí esa extraña necesidad.
—No estás sola... —murmure con calidez.
Con algo de pánico y a su vez ilusión, levantó la mirada, y si, sus ojos y los míos se estrecharon. Me estaba mirando, me veía.
—Max... —Sonrió nerviosa, lamiendo sus labios con emoción, acariciando mis mejillas, pero repentinamente su emoción se fue, y solo suspiro con tristeza —tú no eres Max...
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Beloverd The Celestino.
FantasyPerla no conoce a Ayxel. Ayxel no conoce a Perla pero, por alguna rara razón, ambos se extrañan. Destino, promesa y un atroz intercambio de cuerpos ¿Que mejor mezcla para el desastre y la magia?
