La balada del segundo anillo.

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"Sög"

Estando en el primer círculo el chico, el elfo debilucho y yo nos encontramos con diferentes personajes grandes de nuestras culturas, pude ver al famoso Magalak el devorador de cadáveres, rondando por este lugar, su espíritu parecía quieto o más bien sedado, era como ver a un a un orco muerto totalmente pues estaba completamente expectante al cielo con una mirada que me dejaba ver el odio que sentía en su interior, pero también supuse que él estaba triste, pues según sus leyendas el ronda en los infiernos buscando adversarios a su nivel.

—Disculpe maestro Magalak, es extraño verlo aquí ¿Cuál es el pecado que lo ha llevado a estar atado a este averno aburridamente lúgubre?, es más, ¿no debería usted estar en el mundo mortal vagando sin poder matar a nadie?

—¿Osas preguntarme eso a mí?, como sea, te lo contaré mercader inútil, estoy condenado a vagar eternamente por mi rabia incontrolable, mas lo que no te cuentan es que los dioses no me castigaron así como así, pues rompí mi promesa a ellos cuando en la batalla de los puentes de Molrim maté a nuestros hermanos una vez terminado todo, el placer de la violencia me cegaba, maté a incontables aliados humanos de nuestras tierras, a orcos, nigromantes y a indígenas, todos sin ningún ápice de piedad, recuerda mercader, ¿cuál es la regla orco que nos caracteriza?, ahora entenderás que aquí no puedo matar a nadie, solo vago por este anillo esperando eternamente, pues de nada sirve el embestir o golpear a alguien aquí si termino atravesándolos como si fuera un maldito fantasma. —Dijo Magalak con ira, pero esa ira era extraña pues algo en su rostro mostraba un deseo suicida, esperaba por algo que le sacara de su dolor perpetuo de no poder atacar a alguien.

—No, no es posible que usted haya hecho tal barbarie, usted fue el mejor guerrero, usted dominaba al don de la lluvia de sangre, ¿Cómo usted pudo haber hecho algo como eso?

—Lárgate de aquí maldito y esparce los fuegos de la guerra y sangre en mi nombre, es lo único que te puedo decir, sea así que hagas algo útil al menos, no cometas los errores que yo ejercí, pues ahora ellos en el salón de la sangre sus almas reposan, no como yo que seré libre de aquí cuando nuestra especie viva en el yugo de los mil veces malditos elfos, ellos, a quienes osé asesinar, aquellos hermanos nuestros, en el final de los tiempos descuartizaran a los hombres que hicieron arder a la gran ciudad de Grarr' mientras que solo seré un espectador de aquella gran batalla como castigo adicional a mi traición, no olvides que los dioses estrictos son con la sangre que les regalas.

—Así será maestro, mi aprendiz y yo tenemos que irnos pues, aunque deseáramos poder escucharlo más cierto es que la llama de Arendel se nos ha sido asignada, y detener a estos demonios debemos de hacer antes que nuestra tribu o todas sean eliminadas y con ello nuestras proezas milenarias. –Conté al gran maestro Magalak mostrándole mi respeto.

—Mi bendición te otorgo a ti y a tu aprendiz más cuidado con aquel elfo pues es normal en su naturaleza el ser unos traidores, advertidos están.

Seguimos nuestro camino detrás de nosotros estaba el gran Magalak que a lo lejos nos veía ir, nos veía con cierta fe, espero yo que de renacer su destino no sea tan duro como él nos contó, y lo peor es que en el camino me puse a pensar en cómo nuestra especie sería esclavizada por los elfos, como eso sería posible, espero morir antes que algo como eso llegue pues nunca me arrodillaré ante un elfo.

Azrael nos guío ante estas desoladas tierras planas y áridas como un desierto hasta que a lo lejos pudimos discernir un extraño valle oscuro y retorcido donde las almas gemían de dolor y desasosiego aquí el ruido era más intenso, dentro de ese valle había toda clase de demonios torturando a hombres y mujeres por igual, Azrael entonces nos explicó que penas les afligían a aquellos pecadores de ese horrido lugar.

La historia del orco comercianteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora