Asedio en la hora más trágica.

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Llegamos a la calle Matías de Castilla, el perímetro era tres cuadras enteras y la vigilancia era enorme, de fondo podías escuchar a aquellas abominaciones infernales entrar a la ciudad, y por si fuera poco una hermana de silencio no es poco para ser un material de pesadillas, si un hombre de la orden puede ser atemorizante en cuanto a sapiencia de cultos y temas de magia negra una mujer es la indicada para que duermas intranquilo sabiendo que a la más mínima provocación puedes encontrarte conque tu nombre ha entrado en la lista de sospechosos de herejía extrema y que tu destino sea morir en las brasas de un hoguera o como carne de cañón en la primera línea.

La hermana Clarisa y yo hemos tenido varios problemas últimamente al punto de que está la broma de que somos amigas en secreto y solo peleamos para mantener la moral alta en cosa de tipo broma interna, cosa que es extraño si lo piensas pues ella me molesta por su forma muy estricta de ser, casi al punto de querer controlar el cómo te mueves en el campo de batalla en una misión importante, y de no ser por ella habría podido sacarle más información a los cultistas que se llevaron a mis hijos, ahora me tocaba trabajar con ella nuevamente en una de sus investigaciones excéntricas.

—¡Hey Clarisa! ¿He llegado temprano o resulta que llegué un minuto tarde? —No me respondió, pero apostaba que deseaba verme morir, ella solamente se la pasaba leyendo su "librito" de demonología que robó de los cultistas exaltados de aquella expedición que ella solamente sabe cuántos buenos soldados murieron pon un simple libro como ese, pues si lector, yo soy de la idea que un demonio no se le investiga para comprender su debilidad, se le caza y se le da muerte para enviarlo devuelta a donde pertenece, no hay nada en ellos que podamos aprender más allá que mentiras y muerte.

—Solo sabes llegar tarde, mejor no me preguntes por nimiedades y concéntrate en tu fe equivoca, pues una vez termine con estos cultistas iré a perseguirte por tus acciones que has realizado. —No ha cambiado sus "lindos" modos al parecer.

—¿No te cansas de ser muy amargada y tener un fanatismo que raya en la locura? A veces me preocupa que termines como aquellos que terminas cazando. —Pensó en lo que le dije, no tardó mucho en empezar a sufrir aquellas visiones por medio de sus muecas.

—Dejemos eso a un lado, te he llamado por una buena razón sé que tu debes de estar cansada de andar de aquí a allá, pero te he de pedir un favor, aquellos orcos que apuesto lo que sea a que te habrás encontrado parecen ser aliados bastante buenos para nosotros en esta guerra. Y no lo digo yo solamente, sino también aquellos soldados desesperados que últimamente veo mucho, para mí no son más que unos cobardes sin fe, tu misión se basa en retrasar lo matar a una banda de paladines demoniacos, se hacen llamar los segadores de Apolyon, creo que te interesaría matarlos, al parecer uno de ellos era cultista del demonio que arrojaste de vuelta al infierno. Ve al este, espera por ellos, y mátalos. Yo intentaré negociar con los orcos  ver si podemos conseguir algunas armas de asedio de ellos.

—¿Cómo se llama él, y que puedo esperar de aquellos jinetes? —Cerró su libro de golpe y su respuesta fue corta.

—Elebor, y no son cualquier tipo de jinetes, no son cultistas, ellos son campeones de los demonios que veneran. Son fuertes y viajan en cientos sino miles, espera ataques mágicos fuertes y enemigos con milenios de antigüedad, sus monturas son bestias de sangre, aquellas criaturas que te embistieron a ti y a tu familia.

—No tenías que ser tan especifica.

—Sí, sí tenía y la razón es simple saber del tipo de ser con el que te enfrentas te da ventaja sobre ellos, así que mata primero a las monturas, usen terreno alto, como los edificios, ahora puedes irte, tengo lazos que estrechar. —Siempre tan presurosa, aún con su túnica de los hermanos del silencio sus modales de porquera parecen salir a flote cada que termina tratándome despectivamente. —Por cierto, espero por tu bien no hayas matado ningún orco en lo que llegabas o te las verás conmigo.

La historia del orco comercianteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora