En el bosque y una ingrata sorpresa.

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"Sög"

Ya una vez que logramos escapar de ese pueblucho Ansel y yo detuvimos por un momento el carruaje en medio del bosque, era de madrugada, todo aconteció en la segunda noche, en la que nos quedamos, no creo que el cielo vuelva a su color natural, ahora su coloración era una danza aberrante de colores y sabíamos que era de noche por que aquellos tonos de colores eran más apagados y las nubes proliferaban.

Me detuve para ver la herida de Ansel, por su color de piel que ahora era totalmente pálido como si de un enfermo a punto de morir se tratara, se me dificultaba saber si estaba bien o tendría que conseguir a otro ayudante, para saber si se encontraba vivo aún le pellizqué el brazo, y para mi sorpresa el soltó un ligero grito de dolor, eso me reconfortó bastante, naturalmente él se quejó de que lo dolió, pero se notaba que apenas contaba con fuerzas para decírmelo claramente, su voz parecía un ligero susurro.

Era tan bajo su volumen de voz que casi creí que el chico estaba a punto de morir cosa que de hecho me sorprende de él pues en varias ocasiones siempre ha estado a segundos de morir pero por medio de accidentes como que lo pisaran los caballos, o también como la vez se atragantó con las semillas de una manzana una vez cuando estábamos en plena reunión para proveerle vino a un importante visitador que decidió crear su casa en estas tierras por simple capricho, pero nunca he visto que él estuviera genuinamente a punto de morir.

 Detuve a los caballos para ver el inventario, me dolería a mí mucho el tener que consumir mi propia mercancía sin pagar, pero lo valía por Ansel, era eso o buscar otro aprendiz y por cómo iba todo eso de que los demonios y las estupideces esas prefería conservar a Ansel pues es él que se encarga de los que quieren "muestras gratis".

—Ocúpate de vigilar a los caballos Ansel, voy por algo que tenga alcohol. —Le comenté a mi joven compañero, de manera calmada lo último que quería era que él se preocupara o se asustara.

—¿Por qué?, tu ni siquiera bebes. —Me contestó Ansel con una voz muy apagada.

—Es para tus heridas pequeño debilucho, debo de limpiarlas antes de que se ensucien, espero y también no sea muy tarde para hacerlo.

—Haz lo que debas de hacer, pero ve ya grandulón, no me siento muy bien.

Me bajé en busca de algo de alcohol, ya fuese vino o ron y por supuesto un trapo y algo de tela, de preferencia quería usar la roja para evitar manchar notoriamente la tela, entré dentro del carruaje para buscar los objetos y dentro me pareció ver algo moviéndose. 

Agarré mi martillo que afortunadamente estaba en el carruaje, lo único que espero es que esos idiotas cultistas no lo hayan tocado, no sabía lo que me estaba esperando al otro lado del carruaje, fui con bastante precaución, que Molgourk me de fuerzas suficientes para romperle el maldito cráneo de un golpe si es que es uno de esos malnacidos seres infernales. 

Ya una vez estuve cerca vi que esa cosa se cubrió con tela, al quitar el montón de tela vi que era ese elfo bastardo que despertó la ira de las huestes del inframundo, y eso no es lo peor, el maldito suavecito se bebió una botella de vino sin pagar, tenía ganas de romperle la columna vertebral con mis puños, pero eso alarmaría a Ansel, así que se me ocurrió algo de repente.

Aunque los dioses me tuvieron que maldecir con escuchar hablar a esta sucia plaga...

—Ehh... ¿Hola?, ¿No eres ese orco de la ciudad esa?, ¿Cómo se llamaba la ciudad esa?, ¿Kaldrenor?, ¿Kolonhaeim? —Antes de que siguiera diciendo estupideces me acerqué lo bastante rápido y desenvainé un cuchillo, dejé en un lado mi martillo pues un golpe dado por este podría romper o dañar la mercancía, acerqué la hoja a su garganta y como advertencia le dije:

La historia del orco comercianteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora