Último aullido

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A medida que el cansancio desapareció de su cuerpo, los detalles intensos, candentes y descontrolados del día de ayer habían terminado por inundar su mente que ahora había vuelto a su lucidez habitual.

Su piel aún parecía recordar cada roce, cada beso y cada palabra que fue capaz de salir de sus labios.

Se aferró a Bastian con tanto anhelo y deseo que incluso le pareció increíble. Kaleb ni siquiera había sentido tal deseo esa noche después de beber el néctar que el consejo preparo para ellos, tal vez porque en esta ocasión no solo era un deseo artificial, por mucho que le molestará admitir, lo disfruto aunque no busco ese resultado.

—Kaleb, sé que estas despierto, escuché como cambio tu respiración.

Los ojos del joven se cerraron con fuerza, al instante en que escucho esa voz femenina, no habría pensado que fuera a entrar en la habitación.

Con mucha fuerza de voluntad, Kaleb abrió los ojos para darse cuenta de que al otro lado de la cama no había nadie y que frente a la puerta la figura de Raisa lo observaba fijamente con una expresión sería en su rostro, pero un muy claro destello de diversión. Esa mujer era increíble hasta el punto de ser aterradora.

—Planeas dormir todo el día, ¿como ayer?. Sé que probablemente Bastian es bastante apasionado, pero tú, mi niño, al seguirle el paso terminas rendido, deberían hablar sobre eso para...

—Por el amor de Dios Raisa, no sigas, no lo menciones. Fue un error, n-no sé qué paso, pero estuvo mal y no se repetirá. —Se apresuró a detener el tren descarriado que corría por la mente de Raisa. Sabía exactamente lo que había pasado, pero nadie más, nadie en ningún momento uniría los cabos sueltos.

—Pero porque no habrían de repetirlo, es normal en una pareja de jóvenes. —Replico la mujer mientras tomaba asiento en el borde de la cama con una incomodidad muy obvia.

Los ojos de Kaleb se abrieron al instante, llenos de horror mientras sus mejillas se tornaban cada vez más rojas, presas de la vergüenza que comenzaba a sentir. —Nos... ¿Nos escuchaste? —pregunto mientras el deseo de ocultarse bajo las sábanas se hacía más fuerte.

—Por supuesto que sí, pero solo por error, entre a la biblioteca para asegurarme de que no estuvieran matándose, pero lo que encontré fue algo completamente diferente. Claramente salí corriendo tan rápido como esta enorme panza me lo permitió, pero sí, escuché a la perfección. —Ahora la sonrisa en el rostro de Raisa era aterradora para Kaleb y solo empeoro su vergüenza.

Casi al instante Kaleb se hundió en las sábanas. Fue en ese momento qué notó como su cuerpo se encontraba completamente desnudo bajo las sábanas.

—¡Mi suplicio no termina! —Grito mientras sacaba su cabeza de entre las mantas, teniendo en cuenta no dejar nada más a la vista.

La risa estridente de Raisa fue increíblemente molesta para Kaleb, quien de por sí, ya se sentía lo suficientemente molesto. —No hay nada de que avergonzarse, no hiciste nada malo, no te preocupes.

—Detente, solo... detente por favor.

—De acuerdo, pero considera que tengo compasión, me estaba divirtiendo. —Respondió Raisa mientras intentaba contener la risa atorada en su garganta. —Puedes ir a bañarte y vestirte, el desayuno aún no está listo, es temprano, supongo que al haber dormido por tantas horas tu cuerpo sabe cuándo ya fue... Suficiente.

A Kaleb no le pasó desapercibido ese susurró adicional en el "suficiente" dicho por Raisa, pero decidió simplemente dejarlo pasar para no avivar el ánimo malicioso de esa mujer, tenía otras cosas en las que pensar.

La Manada: Amanecer Oscuro [EN EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora